samedi 8 septembre 2012

+ MISCELÁNEA DE LECTURAS

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Este libro mío recoge una selección de obras leídas por el autor  que dejaron huella en su espíritu y no pretende ser ninguna guía técnica para ningún lector avezado.

Aspira a ser un apretado resumen de lecturas acumuladas a lo largo de la vida del autor y ha pretendido reunir solo algunas de ellas en este volumen para conservarlo como un cálido recordatorio de obras de todos los tiempos.

Se han omitido las portadas de los libros de cada apartado, que sí figuran en el volumen editado.

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LOS MISERABLES

Quinta parte
Libro Octavo


VI
La hierba oculta y la lluvia borra


En el cementerio Padre Lachaise, cerca de la fosa común y lejos del barrio elegante de esa ciudad de sepulcros, lejos de todas esas tumbas a la moda, en un lugar solitario, al pie de un antiguo muro, bajo un gran tejo por el cual trepan las enredaderas de campanillas en medio del musgo, hay una piedra.

Esta piedra no se halla menos expuesta que las demás a la lepra del tiempo, a los efectos de la humedad, del liquen y de las inmundicias de los pájaros. El agua la pone verde y el aire la ennegrece. No está próxima a ninguna senda, y no es agradable ir a pasear por aquel lado a causa de la altura de la hierba. Cuando la bañan los rayos del sol, se suben a ella los lagartos. A su alrededor se mecen los tallos de avena agitados por el viento, y en la primavera cantan en el árbol las currucas.

Esta piedra está desnuda. Al cortarla, se pensó únicamente en las necesidades de la tumba, esto es, que fuera lo bastante larga y lo bastante angosta para cubrir a un hombre.

Ningún nombre se lee en ella. Pero hace muchos años, una mano escribió allí con lápiz estos cuatro versos que se fueron volviendo poco a poco ilegibles a causa de la lluvia y del polvo, y que probablemente ya se habrán borrado:

Duerme. Aunque la suerte fue con él tan extraña,
El vivía. Murió cuando no tuvo más a su ángel.
La muerte simplemente llegó,
Como la noche se hace cuando el día se va.


(Los Miserables, Víctor Hugo, Editorial Losada, S.A.)

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Es una novela cuya acción transcurre durante el siglo XIX, en un período de cambios sociales, en la que el autor incluye sus pensamientos sobre religión, política y sociedad de la época, defensora de los oprimidos. Retrata la lucha del bien y del mal. Es una epopeya de la vida de los bajos fondos de París, narrada en 8 libros, correspondiendo cada uno de ellos a uno de los personajes de la obra y que giran en torno al protagonista principal de la novela, Jean Valjean, perseguido en varias ocasiones y tenazmente por el sabueso Javert, frío, calculador, constante y que nos permite asistir a momentos importantes de la historia del país francés: Revolución de 1789, Imperio napoleónico, batalla de Waterloo, caída de Napoleón, Restauración con Luis XVIII y Carlos X y transmisión del poder a Luis Felipe de Orleans, etc.

Es una obra extensa, una narración hecha con mucha morosidad, que alarga los sucesos. En la edición mencionada abarca 1.184 páginas.

No voy a ensalzar los méritos de esta novela de Hugo, de la que se ha hablado extensamente en círculos literarios y afines desde su aparición hace cerca de 150 años.

Se han realizado distintas versiones de la novela para el cine y la televisión.

Hay un ensayo de Mario Vargas Llosa sobre ‘Los Miserables’, titulado ‘La tentación de lo imposible’, que tengo pendiente de lectura.

Me pregunto:

1.- Los que no hayan leído aún la novela, ¿se atreverán con las casi 1.200 páginas que abarca?

2.- A los que sí la han leído, les pregunto:

—¿Encontraron amena, distraída, la historia que se nos cuenta?
—¿Mantiene alerta al lector, en tensión, interesado realmente por la trama?
—En vuestra opinión, ¿está bien escrita?, ¿la consideráis una obra maestra de la literatura universal?
—¿Puede ser el escritor el verdadero protagonista de la novela?



LOLITA


Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.

¿Tuvo Lolita una precursora? Por cierto que la tuvo. En verdad, Lolita no pudo existir para mí si un verano no hubiese amado a otra... «En un principado junto al mar.» ¿Cuándo? Tantos años antes de que naciera Lolita como tenía yo ese verano. Siempre puede uno contar con un asesino para una prosa fantástica.

Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que envidiaron los serafines de Poe, los errados, simples serafines de nobles alas. Mirad esta maraña de espinas.

...

(Lolita, Vladimir Nabokov, Editorial Anagrama)

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Sobre Nabokov y su obra ya hablamos en el artículo Literatura y ajedrez.

Lolita es en mi opinión una novela que no se abarca de una sola lectura. A partir de esta afirmación podemos preguntarnos:
¿Es un mito?
¿Quién seduce a quién, Humbert a Lolita o Lolita a Humbert? ¿Es una novela erótica o más bien psicológica?


LAS ENCANTADAS (Las islas Galápagos)

Las encantadas, de Herman Melville (1819-1891). Artemisa Ediciones, 2006.

‘Pensad en veinticinco montones de ceniza diseminados, aquí y allá, por un solar de las afueras de la ciudad; imaginad que algunos son tan grandes como montañas y que el descampado es el mar, y tendréis una idea exacta de la apariencia general de Las Encantadas…’.
 
Así comienza el primero de los diez capítulos —que el autor llama cuadros—, que dedica Melville a diez de las islas del archipiélago volcánico de las Galápagos.

La muerte de Melville, uno de los autores más importantes del siglo XIX, pasó desapercibida, aunque en vida alcanzara la fama como escritor. Además de por otras obras, es mundialmente conocido por su novela Moby Dick y el relato Bartleby, el escribiente. Hemos tratado de su obra en mi artículo 'LA LITERATURA Y LAS ISLAS’.

Los amantes de la literatura de viajes, de la fauna y de la flora, encontrarán gratificante leer estos diez relatos escritos con mano maestra por el autor en el año 1854 para la revista neoyorquina Putnam’s Monthly Magazine, dedicados a islas que inicialmente tuvieron nombres españoles (Isabela y Fernandina, entre otros).

Llama la atención que Melville no mencione ni de pasada la visita prolongada que en 1835 realizó Charles Darwin a las Galápagos, que revolucionó los cimientos de la ciencia con El origen de las especies, estudio que realizó a partir de trece especies de pinzones de las islas, conocidos desde entonces como los pinzones de Darwin. La única explicación plausible es que Melville no diera importancia relevante, si los conocía, a los estudios darwinianos, que no fueron aceptados científicamente hasta cuarenta años más tarde.

Otro de los grandes escritores norteamericanos del siglo XIX, Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.Hide, entre otras obras) dijo de Melville: ‘Sólo conozco a dos escritores que hayan tratado los Mares del Sur con cierta fortuna y ambos son norteamericanos: Melville y Charles Warren. Y Melville es el primero y mejor.’.

El libro de relatos Las encantadas está escrito por un autor ya clásico, que nos regala una prosa fresca, lúcida, de calidad narrativa, aguda en las descripciones y rica en la profundidad sicológica de los personajes.

Es extraño que a los veinte años de su muerte se conociera a Melville todavía como el ‘cronista del mar’.
 


SENOS

La confesión

Yo la dije, cuando tuve confianza con ella más que con ninguna:
—¿Y qué sientes en los senos?
Guardó silencio durante un rato. Sentía un rubor extraño, como el primero sin ser el primero.
—¿No te desilusionará el que te diga la verdad? ¿No te quedarás desilusionado para siempre?
—No… Desgraciadamente nos volveremos a ilusionar con lo que nos desilusionó…Es fatal… Después de oírte, buscaré unos senos como esa noche en que perdemos la voluntad como si un cometa terrible fuese a tropezar con la Tierra y naufragamos en un falso final del mundo.
—Bueno, pues escucha —continuó ella— es fría la sensación de nuestros senos… Están lejos de nuestra sensualidad, son las montañas en que hay cierta nieve… Nos hacéis cosquillas agrias y tozudas en ellos… Sólo una vez, cuando los tocó el primer hombre que nos tocó, sonó en toda nuestra sensibilidad el primer timbrazo de alarma, el timbrazo de que había llegado la hora. No han vuelto a ser tan sensibles nunca.
—¿Entonces, cuando jugamos con ellos no sentís la alegría frenética y trémula de nuestra tontería?
—No. Os vemos fríamente, más frente a frente que nunca, y si dura mucho vuestra obcecación con los senos, cae de ellos como de dos esponjas la fría agua que apaga un poco nuestra sensibilidad… Si no te pareciese chabacana la comparación, te diría que parecéis policías secretas que nos registráis el pecho con un manoseo insistente, sin acabaros de convencer de que no guardamos nada ahí…
Se hizo una larga pausa que no supimos cómo llenar. ¿Y cómo iba yo a tocar aquellos senos desprovistos de sentido y que se reían de mí y desdeñaban mis manos?
—Bueno, mujer verdadera… Tenemos que despedirnos… Adiós…
—Adiós —me dijo ella, levantándose y arropándose en su piel—; pero no olvides que te dicho lo que no he dicho a nadie… Sé por eso mi amigo, que te vuelva a ver… Decir a un hombre la confidencia que no se ha dicho a nadie es como si se le diese lo que no se ha dado nunca.
—Adiós —le dije en la puerta; y después me puse el gabán, yéndome hacia los senos que yo sabía dónde estaban guardados. Por lo menos esos se reirían de mí creyéndome engañado e iluso.

(Senos, Ramón Gómez de la Serna, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid).

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Ramón —como le gustaba que le llamaran— es muy conocido por ser el creador de la greguería (metáfora+ humor), pero tiene una obra muy amplia. Murió exiliado en Argentina en 1979.

Senos (1917) fue una obra muy discutida cuando fue publicada y calificada por la sociedad de la época como pornográfica, circunstancia que el propio autor se encarga de desmentir en el prólogo al decir ’éste no es un libro pornográfico ni procaz’. De haberlo sido, hoy estaría lejos de serlo evidentemente.

Cuando lo leí me pareció un homenaje a la mujer. Hace pocos años se editó un libro de un joven escritor, un homenaje a Ramón Gómez de la Serna y ‘Senos’, y a la mujer asimismo, que tampoco debe considerarse a mi juicio una obra pornográfica. Nos estamos refiriendo a ‘Coños’, de Juan Manuel de Prada.

¿Qué opináis de ‘Senos’?



... Y LA NAVIDAD YA PASÓ

Durante las fiestas navideñas tradicionalmente siempre me agradó releer algún cuento de Navidad. Los hay hermosos. Conservo con especial cariño en libros y en el disco duro de mi PC algunos de ellos que citaré más abajo.
Suelo repetir la lectura por estas fechas de uno de Ray Bradbury llamado Cuento de Navidad.  Se siente uno por un momento un niño verdaderamente. Los últimos párrafos del cuento rezan  así:

" ...
-- ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?

-- Ven, vamos a verlo --dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-- No entiendo.
-- Ya lo entenderás --dijo el padre--. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-- Entra, hijo.
-- Está oscuro.
-- No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-- Feliz Navidad, hijo --dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas."

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Algunos cuentos de Navidad y Reyes que me gustaron:
-Cuento de Navidad, de Charles Dickens.
-Cuento de Navidad, de Vladimir Nabokov.
-Un árbol de Nöel y una boda, de Fiodor Dostoievski.
-Cuento de Navidad, de Guy de Maupassant.
-El cuento de Navidad de Auggie Wrem, de Paul Auster.
-Un recuerdo navideño, de Truman Capote.
-Lo que lleva el rey Gaspar, de Azorín.
-Vañka, de Anton Chejov.
-Cuentos de Navidad y Reyes, de Emilia Pardo Bazán.


CRÓNICAS DE MOTEL

Conocí  a un guitarrista que decía que la radio era su mejor ‘amiga’. Se sentía emparentado no tanto con la música como con la voz de la radio. Su carácter sintético. Su voz, que no había que confundir con las voces que salían de ella. Su capacidad para transmitir la ilusión de personas a grandes distancias. Dormía con la radio. Creía en un Lejano País de la Radio. Creía que jamás encontraría ese país, de modo que se conformaba con limitarse a escucharlo. Creía que había sido expulsado del País de la Radio y estaba condenado a rondar eternamente por las ondas, buscando una emisora mágica que le devolviera la herencia perdida.

22/12/79
Homestead Valley, Ca.


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Las minas del Rey Salomón fue la película que más me obsesionó de pequeño. Nunca he vuelto a verla, pero aún conservo imágenes de ella. Guerreros watusi con rayas de arcilla roja pintadas en la nariz. Cintos negros cruzados en sus pechos a modo de adorno. Dientes afilados como alfileres. Leones que le desgarraban el brazo a alguien. Moscas posándose en el labio de alguien, y ese labio inmóvil. Antorchas en cuevas. Joyas azules rodeadas de calaveras. Aquel actor inglés muerto de miedo.

El Cine Rialto era un lugar oscuro y almizcleño en pleno día y yo me metía tan absolutamente en el mundo de la película que la sala se convertía en parte de su paisaje. El paseo en busca de palomitas de maíz al final del pasillo negro, mientras sonaba atronadora la música y los niños se agitaban en sus asientos, todo formaba parte de la trama. Me encontraba en la cueva del Rey Salomón, comprando caramelos. Los bombones eran joyas. Los acomodadores eran árboles de la selva. En los lavabos rugían las panteras.

En una ciudad poblada por blancos de carne y hueso, olí a polvo africano durante varios días.

1/9/80
Homestead Valley, Ca.


(Crónicas de motel, de Sam Shepard, Editorial Anagrama, Barcelona).

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Sam Shepard (1943), estadounidense, autor teatral, escritor de relatos, guionista cinematográfico, actor y director de cine y músico, está considerado uno de los dramaturgos más importantes de Norteamérica.

Ha alcanzado fama por su trabajo como guionista y actor de películas como París, Texas —basada en su obra Crónicas de motel—; Magnolias de acero; El informe Pelícano, etc.
Es autor de un buen número de obras y está en posesión de numerosos e importantes premios por su producción literaria.

Algunas de las obras de Shepard están traducidas y editadas en España.

Crónicas de motel es un libro de relatos por fragmentos, no interrelacionados necesariamente, con episodios de viaje por carreteras, poemas, historias autobiográficas del autor, muy en la tradición de la narrativa norteamericana.

¿Os gustan este tipo de relatos? ¿Y el libro?


PESADILLAS Y GEEZENSTACKS

Pesadilla en blanco

Se despertó de pronto, preguntándose por qué dormía si no quería hacerlo. Echó una rápida ojeada a la esfera luminosa de su reloj de pulsera. Los números, que brillaban en una oscuridad casi absoluta, le indicaron que pasaban unos minutos de las once. Había descansado; fue suficiente una breve cabezada. Se había quedado dormido en el sofá, menos de media hora antes. Si su esposa realmente quería estar con él, habría de ser más tarde. Tendría que esperar hasta estar segura de que la condenada hermana de él estuviera dormida, profundamente dormida.

Resultaba una situación ridícula. Sólo llevaban casados tres semanas, volvían de la luna de miel, y era la primera vez que dormía solo durante ese tiempo. Y todo porque su hermana Débora había insistido absurdamente en que pasaran la noche en su apartamento. Cuatro horas más de viaje y hubieran llegado a casa, pero insistió tanto Débora que tuvieron que aceptar. Después de todo, se confesó, una noche de abstinencia no le vendría mal; de hecho, estaba fatigado y sería mucho mejor aprovechar esta oportunidad para conducir descansado y fresco a la mañana siguiente.

Por supuesto, el apartamento de Debie sólo tenía un dormitorio y él sabía de antemano, antes de aceptar su invitación, que no podría acceder a su ofrecimiento de dormir fuera y dejarles a él y a Betty en la habitación. Hay formas de hospitalidad que uno no puede aceptar, ni siquiera de nuestra dulce y cariñosa hermana soltera. Pero estaba seguro, o casi seguro, que Betty esperaría a que Débora se durmiera para ir a reunirse con él, aunque fuera breve el momento de intimidad, ya que se sentiría cohibida pensando que algún ruido podía despertar a su cuñada.

Seguramente vendría, por lo menos para darle un beso de buenas noches, y quizá se arriesgara a ir un poco más lejos, como él estaba decidido a hacer. Por esa razón la esperaba en silencio.

Claro que ella vendría, sí... la puerta se abrió despacio en la oscuridad y se cerró de nuevo silenciosamente, oyéndose únicamente el chasquido de la cerradura y el suave roce de la negligé o camisón, o lo que fuera, al caer al suelo. Un momento más tarde, el cuerpo desnudo se estrechaba contra el suyo y la única conversación fue un murmullo.

- Querido... - y después no fueron necesarias más palabras.

Ninguna palabra durante los interminables minutos que pasaron hasta que la puerta se abrió nuevamente, esta vez dejando pasar una luz blanca y delineando, con blanco horror, la silueta de su esposa de pie en el marco de la puerta comenzando a gritar.

(Pesadillas y Geezenstacks, de Fredric Brown, Miraguano Ediciones, Madrid)

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Cuentista y novelista (1906-1972) estadounidense de relatos de misterio y ciencia ficción, en su obra se combinan buenas dosis de humor con finales sorprendentes. Audaz experimentador de la narrativa de ficción, es un autor que ha generado culto.

Su cuento Arena ha sido considerado por sus compañeros de profesión como uno de las 20 mejores historias de ciencia ficción jamás escritas.

Me gustaron especialmente sus Pesadillas —historias de misterio sorprendentes— (en Amarillo, en Gris, en Rojo, en Azul, en Verde, etc.).

Tiene numerosos cuentos cortos (de una a tres páginas) y novelas (Universo de locos, ¡Marciano, vete a casa!, Vagabundo del espacio, etc.).

Fue un lector todo terreno.

¿Os gustan las historias con finales sorprendentes?


LA CARTUJA DE PARMA


Aquel día y los siguientes Clelia estuvo muy triste; le llamó varias veces, pero apenas tuvo valor para decirle unas pocas palabras. La mañana del quinto día después de la primera entrevista le anunció que iría aquella noche a la capilla de mármol.

-Sólo puedo decirle unas pocas palabras -le advirtió al entrar. Temblaba de tal modo que tenía necesidad de apoyarse en su doncella. La mandó luego a la entrada de la capilla y añadió con una voz apenas inteligible-: Me va a dar su palabra de honor de obedecer a la duquesa e intentar evadirse el día que le ordene y de la manera que le indique, o mañana por la mañana me refugio en un convento, y le juro que no volveré a dirigirle la palabra en mi vida.

Fabricio permaneció mudo.

-Prométamelo -añadió Clelia con lágrimas en los ojos y como fuera de sí- o ésta es la última vez que hablamos. La vida que por usted llevo es horrenda: está aquí por mí, y cada día puede ser el último de su existencia.

Clelia estaba tan débil que tuvo que buscar apoyo en un gran sillón llevado en otro tiempo a la capilla para uso del príncipe cautivo; estaba a punto de desmayarse.

-¿Qué hay que prometer? -dijo Fabricio con aire abrumado.
-Ya lo sabe.
-Juro, pues, precipitarme a sabiendas en un horrible infortunio y condenarme a vivir lejos de lo único que amo en el mundo.
-Prometa cosas precisas.
-Juro obedecer a la duquesa y huir el día que ella quiera y como ella quiera. ¿Y qué va a ser de mí lejos de usted?
-Jure escaparse pase lo que pase.
-¿Qué? ¿Está decidida a casarse con el marqués Crescenzi cuando ya no esté yo aquí?
-¡Oh Dios mío!, ¿qué corazón me atribuye?... Pero jure o mi alma no podrá gozar de paz ni un solo instante.
-¡Pues bien!: juro evadirme de aquí el día que la duquesa Sanseverina lo disponga y pase lo que pase de aquí a entonces.

Conseguido este juramento, Clelia se sintió tan débil que se vio forzada a retirarse después de dar gracias a Fabricio.

-Ya estaba todo dispuesto para mi huida mañana por la mañana, en caso de que usted se hubiera obstinado en quedarse. Le hubiera visto ahora por última vez en mi vida: había hecho este voto a la Madona. Ahora, en cuanto pueda salir de mi cuarto, iré a examinar la terrible muralla debajo de la piedra nueva de la balaustrada.

Al día siguiente Fabricio la vio tan pálida que le produjo una gran pena. Clelia le dijo desde la ventana de la pajarera:

-No nos hagamos ilusiones, querido amigo; como nuestra amistad está manchada de pecado, estoy segura de que nos perseguirá el infortunio. Le descubrirán cuando trate de huir y se perderá para siempre, si no es algo peor. De todos modos, hay que obedecer a la prudencia humana, que nos ordena intentarlo todo. Para bajar el muro de la torre grande necesita una cuerda fuerte de más de doscientos pies de larga. Por más que hago desde que conozco los planes de la duquesa, sólo he podido conseguir unas cuerdas que no miden juntas más de cincuenta pies. Por una orden del día del gobernador, hay que quemar todas las cuerdas que se ven en la fortaleza, y todas las noches se retiran las de los pozos que, por otra parte, son tan endebles que muchas veces se rompen al levantar su ligera carga. Pero ruegue a Dios que me perdone: traiciono a mi padre y me esfuerzo, hija desnaturalizada, en darle un disgusto mortal. Ruegue a Dios por mí, y, si su vida se salva, haga voto de consagrar todos los momentos de la misma a su gloria.



(La Cartuja de Parma, de Henri-Marie Beyle (Stendhal), Editorial Gredos, S.A.).

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Esta novela es, junto a Rojo y negro, la novela más importante de Stendhal.

Aunque esta obra está escrita en la época del Romanticismo, fue abordada por Stendhal de forma muy diferente al estilo de dicho movimiento literario.

Honorato de Balzac la consideró la novela más relevante de su época, señalando que en el libro brota lo sublime de capítulo en capítulo, llamándola El príncipe moderno, que escribiría Maquiavelo si viviera desterrado de Italia en el siglo XIX, destacando los retratos de personajes y asignándole a esta parte una extraordinaria solidez literaria, invitando a recrearse en los admirables detalles de la trama en la que el autor maneja cien personajes con una facilidad increíble, en la que no hay ni uno que no esté justificado.

André Gide —Premio Nobel de Literatura— señaló la obra como la novela francesa más grande de todos los tiempos.

Puede ser clasificada La Cartuja de Parma (1839) dentro de lo que Balzac denominó Literatura de las Ideas (rapidez, movimiento, concisión, choques, acción, drama, no discusión, alejada de las abstracciones), en contraposición a Literatura de las Imágenes (extensos espectáculos de la naturaleza, grandes imágenes, lirismo, epopeya,…, a la que podría adscribirse a Víctor Hugo).

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¿Consideráis La Cartuja de Parma una gran novela? 


ANA KARENINA

Séptima parte
XXXI


...
«Dios mío, ¿adónde iré?», pensó Ana.
Al final del andén se paró.
Una señora y unos niños que habían ido a recibir a un señor con lentes y que reían y hablaban con voces muy animadas, callaron al verla y, después de haber pasado ella, se volvieron para mirarla. Ana apresuró el paso y llegó hasta el límite del andén.
Se acercaba un tren de mercancías.
Las maderas del andén trepidaron bajo sus pies, se movieron, dándole la sensación de que se encontraba otra vez de viaje.
De repente, se acordó del hombre que había muerto aplastado el día de su primer encuentro con Vronsky y comprendió lo que tenía que hacer. Con paso rápido, ligero, bajó las escaleras que iban del depósito de agua a la vía y se detuvo al lado mismo del tren que pasaba.
Examinaba tranquila las partes bajas del tren: los ganchos, las cadenas, las altas ruedas de hierro fundido. Con rápida ojeada midió la distancia que separaba las ruedas delanteras de las traseras del primer vagón, calculando el momento en que pasaría frente a ella.
«Allí», se dijo, mirando la sombra del vagón y la tierra mezclada con carbón esparcido sobre las traviesas. «Allí en medio. Así le castigaré y me libraré de todos y de mí misma.» Quiso tirarse bajo el vagón, pero le fue difícil desprenderse del saquito, cuyas asas se le enredaron en la mano, impidiéndole ejecutar su idea con aquel vagón. Tuvo que esperar el siguiente. Un sentimiento parecido al que experimentaba cuando, al bañarse, iba a entrar en el agua, se apoderó de ella, y se persignó.
Aquel gesto familiar despertó en su alma una ola de recuerdos de su niñez y su juventud y, de repente, las tinieblas que cubrían su espíritu se desvanecieron y la vida se le presentó con todas las alegrías luminosas, radiantes, del pasado. Pero, no obstante, no apartaba la vista del segundo vagón, que, por momentos, se acercaba. Y en el preciso instante en que ante ella pasaban las ruedas delanteras, Ana lanzó lejos de sí su saquito de viaje y, encogiendo la cabeza entre los hombros, se tiró bajo el vagón.
Cayó de rodillas y, con un movimiento ligero, abrió los brazos, como si tratara de levantarse.
En aquel instante se horrorizó de lo que hacía. «¿Dónde estoy? ¿Qué hago? ¿Por qué?», se dijo. Quiso retroceder, apartarse, pero algo duro, férreo, inflexible, chocó contra su cabeza, y se sintió arrastrada de espaldas.
«¡Señor, perdóname!», exclamó, consciente de lo inevitable y sin fuerzas ya.
El hombrecito de sus pesadillas, diciendo en voz baja algo incomprensible, machacaba y limaba los hierros.
Y la luz de la vela con que Ana leía el libro lleno de inquietudes, engaños, penas y maldades, brilló por unos momentos más viva que nunca y alumbró todo lo que antes veía entre tinieblas. Luego brilló por un instante con un vivo chisporroteo; fue debilitándose... y se apagó para siempre.

(Ana Karenina, Leon Tolstoi, Editorial Juventud).

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Leon Tolstoi fue uno de los grandes novelistas del siglo XIX y consideraba a Ana Karenina su primera verdadera novela, escrita en pleno período de madurez literaria.
Por ser figura internacionalmente muy conocida, nos ahorramos cualquier comentario sobre sus obras restantes.
Sí nos interesa señalar que no le fue concedido el Premio Nobel de Literatura —murió en 1910 y el premio se instituyó en 1901—, fecha en la que ya tenía escrita la mayor parte de su obra. Ha sido ésta una injusticia histórica, como hay otras equiparables.

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Ana Karenina es, como se sabe, la historia de un amor adúltero, vivido en la sociedad aristocrática de la época, que es abiertamente criticada por Tolstoi. Un dato a resaltar: El tren es una constante en toda la novela.

¿Cuáles creéis que fueron las razones profundas que llevaron a Ana Karenina al suicidio? ¿Alguien podría explicarlo?
  

CIEN AÑOS DE SOLEDAD 

XVI

Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo meses de llovizna…

Un viernes a las dos de la tarde se alumbró el mundo con un sol bobo, bermejo y áspero como polvo de ladrillo, y casi tan fresco como el agua, y ya no volvió a llover en diez años.

Macondo estaba en ruinas. En los pantanos de las calles quedaban muebles despedazados, esqueletos de animales cubiertos de lirios colorados, últimos recuerdos de las hordas de advenedizos que se fugaron de Macondo tan atolondradamente como habían llegado. Las casas paradas con tanta urgencia durante la fiebre del banano, habían sido abandonadas. La compañía bananera desmanteló sus instalaciones. De la antigua ciudad alambrada sólo quedaban los escombros. Las casas de madera, las frescas terrazas donde transcurrían las serenas tardes de naipes, aparecían arrasadas por una anticipación del viento profético que años después había de borrar a Macondo de la faz de la tierra. El único rastro humano que dejó aquel soplo voraz fue un guante de Patricia Brown en el automóvil sofocado por las trinitarias. La región encantada que exploró José Arcadio Buendía en los tiempos de la fundación, y donde prosperaron las plantaciones de banano, era un tremedal de cepas putrefactas, en cuyo horizonte remoto se alcanzó a ver por varios años la espuma silenciosa del mar. Aureliano Segundo padeció una crisis de aflicción el primer domingo que vistió ropas secas y salió a reconocer el pueblo. Los sobrevivientes de la catástrofe, los mismos que ya vivían en Macondo antes de que fuera sacudido por el huracán de la compañía bananera, estaban sentados en mitad de la calle gozando de los primeros soles. Todavía conservaban en la piel el verde de alga y el olor de rincón que les imprimió la lluvia, pero en el fondo de sus corazones parecían satisfechos de haber recuperado el pueblo en que nacieron. La calle de los Turcos era otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes de pantuflas y argollas en las orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas por chucherías, hallaron en Macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de gente trashumante. Al otro lado de la lluvia, la mercancía de los bazares estaba cayéndose a pedazos, los géneros abiertos en la puerta estaban veteados de musgo, los mostradores socavados por el comején y las paredes carcomidas por la humedad, pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar y en la misma actitud que sus padres y sus abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre, tan vivos o tan muertos como estuvieron después de la peste del insomnio y de las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía.
… 

(Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, Círculo de Lectores/Editorial Latimer, S.A.).

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El cuadro de Macondo en ruinas es una de tantas páginas inolvidables de esta novela, en donde se aprecia, igual que en toda la obra, una prosa de potente originalidad, con bellas expresiones, detalles e imágenes de una belleza extraordinaria —como el del guante de Patricia Brown, hija del director de la compañía, única persona de aquel grupo extranjero que se acercó al auténtico Macondo— o el halo poético con que está contada la escena, en la que se aprecian figuras como la sinestesia, la hipérbole, la antítesis, el símil, etc.

La lectura completa de la obra te deja la impresión de que todo es desmesurado en Macondo: las pasiones, las desgracias, las alegrías, las fuerzas de la naturaleza,…

Por ser muy conocida, no dejamos aquí reseña alguna del resto de la obra global de García Márquez, del que, por otro lado, se ha hablado mucho en Narrador.

¿Qué episodio, escena o personaje de la novela os llamó más la atención, os agradó más, creéis más logrado?


LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES

No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido.
Había esta habitación, de unos cuatro metros cuadrados, y la habitación contigua, pero al parecer no había más habitaciones en el piso superior; y como la planta baja resultaba demasiado reducida para alojar huéspedes, el lugar apenas podía llamarse una posada. Probablemente porque su secreto no lo permitía, el portal no ostentaba ningún letrero. Todo era silencio. Tras serle franqueado el portal cerrado con llave, el viejo Eguchi sólo había visto a la mujer con quien ahora estaba hablando. Era su primera visita. Ignoraba si se trataba de la propietaria o de una criada. Era mejor no hacer preguntas.

Eguchi estaba un poco sorprendido. ¿Cuándo había entrado la muchacha en la habitación contigua? ¿Desde cuándo estaría dormida? ¿Acaso la mujer había abierto la puerta para asegurarse de que estaba dormida? Eguchi sabía por un viejo conocido que frecuentaba el lugar que habría una muchacha esperando, dormida, y que no se despertaría; pero ahora que se encontraba aquí parecía incapaz de creerlo.
–¿Dónde quiere desnudarse? –La mujer parecía dispuesta a ayudarle. Él guardó silencio–. Escuche las olas. Y el viento.
–¿Olas?
–Buenas noches –la mujer le dejó.
Una vez solo, Eguchi contempló la habitación, desnuda y sin artilugios. Su mirada se posó en la puerta de la habitación contigua. Era de cedro, de un metro de anchura. Parecía haber sido añadida después de la construcción de la casa. También la pared, si se examinaba bien, parecía un antiguo tabique corredizo, ahora tapado para formar la cámara secreta de las bellas durmientes. El color era igual que el de las otras paredes, pero parecía más reciente.
Eguchi cogió la llave. Después de hacerlo, debería haberse dirigido a la otra habitación; pero permaneció sentado. Lo que había dicho la mujer era cierto: las olas sonaban con violencia. Era como si rompieran contra un alto acantilado, y como si la pequeña casa estuviera en el mismo borde. El viento traía el sonido del invierno inminente, tal vez debido a la casa misma, tal vez debido a algo que había en el viejo Eguchi. No obstante, el calor del único brasero resultaba suficiente. El distrito era cálido. El viento no parecía barrer las hojas. Al haber llegado tarde, Eguchi no había visto en qué clase de paisaje se asentaba la casa; pero se notaba el olor del mar. El jardín era grande en relación con el tamaño de la casa, y contenía un número considerable de grandes pinos y arces. Las agujas de los pinos se perfilaban con fuerza contra el cielo. Probablemente la casa había sido una villa campestre.
Con la llave todavía en la mano, Eguchi encendió un cigarrillo. Dio una o dos chupadas y lo apagó; pero fumó otro hasta el final. No era tanto porque se estuviera ridiculizando a sí mismo por su ligera aprensión como por el hecho de sentir un vacío desagradable. Solía tomar un poco de whisky antes de acostarse. Tenía un sueño precario, con tendencia a las pesadillas.

(La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata, Noguer y Caralt Editores).

Kawabata (1899-1972), escritor japonés, fue Premio Nobel de Literatura en 1968. Huérfano a los tres años, con una infancia solitaria que marcó profundamente su personalidad, insomne perpetuo, lector voraz, fue un solitario empedernido y finalmente se suicidó.
La soledad, la angustia ante la muerte, la búsqueda de la verdad y la atracción por la sicología femenina fueron los temas centrales de sus obras. Su prosa ha sido destacada por su delicadeza y su refinado lirismo.
Otras obras suyas son: La bailarina de Izu, El país de nieve, El Maestro de Go, Lo bello y lo triste,…

***

-¿Creen que la novela La casa de las bellas durmientes de Kawabata puede ser una metáfora de la vejez, el amor y la muerte?
-¿Encuentran alguna similitud entre la novela de Kawabata, publicada en 1961, y Memoria de mis putas tristes (2004), de García Márquez? 


PADRES E HIJOS


 
Han pasado seis meses. Y ha llegado el blanco invierno, con el silencio despiadado de sus heladas sin nubes, su densa nieve crujiente, la rosada escarcha en los árboles, su cielo de pálida esmeralda, sus penachos de humo sobre las chimeneas, sus columnas de vapor saliendo de las puertas entreabiertas, los rostros de la gente mordidos por el frío y el trotar de los caballos ateridos.

El día de enero tocaba a su fin; el frío vespertino oprimía todavía con más fuerza el aire inmóvil y se extinguía el sangriento resplandor de la aurora. En las ventanas de la casa de Marino se encendieron todas las luces. Prokofich, ataviado con frac negro y guantes blancos, ponía la mesa para siete personas, con especial solemnidad. Una semana antes, en la pequeña iglesia parroquial, sin ostentación y casi sin testigos, se habían celebrado las bodas de Arkadi con Katia y Nikolai Petróvich con Fiénichka. Aquel mismo día Nikolai Petróvich daba un almuerzo de despedida en honor de su hermano, que salía para Moscú en viaje de negocios. Anna Serguiéievna partió también para Moscú inmediatamente después de la boda de su hermana, habiendo hecho espléndidos regalos a los recién casados.

A las tres en punto todos se sentaron a la mesa, incluido Mitia, que ya tenía una nodriza, con su cofia de glasé. Pável Petróvich se sentó entre Katia y Fiénichka. Los maridos se colócaron junto a sus respectivas esposas. Todos habían cambiado en el último tiempo. Diríase que parecían más agraciados y vigorosos. Sólo Pável Petróvich estaba más delgado, lo cual, no obstante, le hacía más elegante y daba un aspecto de grand seigneur a sus expresivos rasgos ... También Fiénichka había cambiado. Con su nuevo vestido de seda, una amplia toca de terciopelo y su cadenita de oro al cuello permanecía decorosamente inmóvil, con una actitud digna ante sí misma y ante todo cuanto la rodeaba y sonriendo como si quisiera decir: Perdónenme, yo no tengo la culpa. Igualmente sonreían los demás y también parecían pedir disculpas. Todos se sentían un poco cohibidos, algo tristes, aunque muy satisfechos en el fondo. Cada uno escuchaba al otro con cómica cortesía, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en representar una simple comedia. Katia miraba confiadamente a su alrededor y parecía la más serena de todos. Era evidente que Nikolai Petróvich la quería ya con delirio. Antes de terminar el almuerzo éste se levantó, alzó su copa y exclamó dirigiéndose a su hermano:

- Nos abandonas ..., nos abandonas, querido hermano, claro que por poco tiempo; pero no obstante no puedo dejar de expresarte que yo ..., que nosotros ..., cuánto yo ..., como nosotros ... ¡Lo malo es que no sabemos pronunciar un brindis! Arkadi, hazlo tú.
- No, papasha (1), yo no me he preparado.
- Pues ¿y yo? En una palabra, hermano, deja que te abrace simplemente y te desee toda clase de venturas y que vuelvas con nosotros cuanto antes.

Pável Petróvich besó a todos, sin exceptuar a Mitia; besó además la mano de Piénichka, que ésta aún no sabía ofrecer como es debido, bebió por segunda vez de su copa y exclamó suspirando profundamente: ¡Sed felices, amigos míos! Farewell! Aunque aquella coletilla en inglés pasó inadvertida, todos se sintieron emocionados.

A la memoria de Basárov, murmuró Katia al oído de su marido brindando con él. Arkadi estrechó con fuerza la mano de su esposa, en señal de respuesta, pero no se atrevió a proponer el brindis en voz alta.

Parece que es el fin. Pero tal vez alguno de nuestros lectores desee saber qué está haciendo ahora, precisamente ahora, cada uno de nuestros personajes ... Estamos dispuestos a satisfacerle.

(1) Diminutivo de papá.



(Padres e hijos, Ivan Turgueniev, El Cobre Ediciones, Barcelona, 2003).

Ivan Turgueniev está considerado el más europeísta de los grandes narradores rusos, estuvo comprometido éticamente y tropezó con algunos problemas en su país. Murió cerca de París.

Se anticipó en esta novela al movimiento revolucionario ruso, pero lo que realmente perdura de ella es la visión aguda con que nos narra las relaciones de padres e hijos, las audacias renovadoras de éstos y el inmovilismo y miedos de los mayores, en definitiva, la lucha generacional.

Otras novelas del maestro ruso son: Nido de nobles, En las vísperas, Tierra virgen,... Escribió también narraciones cortas y dramas.

***

¿Conocéis la narrativa vigorosa de Turgueniev?
¿Cuál de los maestros rusos (Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Turgueniev,...) os gusta más?
Esperamos comentarios.

  
CARTA AL PADRE

Querido padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como es habitual, no supe qué contestarte; en parte, precisamente por el miedo que me inspiras; en parte, porque en la justificación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con una aceptable consistencia. Y si, valiéndome de esta carta, procuro responder a tu pregunta por escrito, lo haré a no dudarlo en forma muy incompleta, ya que, aun escribiendo, el miedo y sus efectos me atenazan cuando pienso en ti, y porque las dimensiones del tema exceden con mucho los límites de mi memoria y de mi entendimiento.

A ti este problema se te ha antojado siempre muy sencillo, al menos por la forma en que has hablado de él delante de mí y sin reparo delante de muchas personas. Lo veías aproximadamente así: toda tu vida has trabajado duramente, todo lo has sacrificado por tus hijos, especialmente por mí; por tanto, yo he vivido “con todas las comodidades”, he dispuesto de libertad para estudiar lo que quisiera, no he necesitado preocuparme por mi sustento, o sea, que no he tenido que preocuparme por nada; a cambio, tú no has exigido gratitud (conoces “la gratitud de los hijos”) pero sí, como mínimo, algún acercamiento, alguna muestra de simpatía; en vez de eso, siempre me he ocultado de ti, en mi habitación, con libros, con amigos alocados, con ideas excéntricas. Nunca te he hablado con franqueza, no me he puesto junto a ti en el templo, nunca ha ido a verte a Franzensbad, tampoco nunca afloró en mí el sentido de la familia y he ignorado el negocio y cualquier otro asunto tuyo. Te he endosado la fábrica, dejándote luego solo. He apoyado a Ottla¹ en sus caprichos, y mientras que por ti nunca me presto a mover un dedo (nunca te he traído una entrada para el teatro), soy capaz de cualquier sacrificio por los amigos. Si sintetizas tu juicio sobre mí, resulta que en verdad no me reprochas nada que sea precisamente indecoroso o malintencionado (con excepción quizá de mis últimos proyectos de matrimonio), sino frialdad, desapego, ingratitud. Y me lo reprochas como si fuera culpa mía, como si, con un simple golpe de timón, hubiese podido dar a todo ello un rumbo distinto, mientras tú quedas libre de toda culpa, hasta de haber sido excesivamente bueno conmigo.

Esta manera usual tuya de ver las cosas la considero justa sólo en el sentido de que yo también pienso que eres totalmente inocente de nuestro alejamiento. Pero yo soy tan inocente como tú. Si pudiera llevarte a admitirlo, entonces sería posible no una nueva vida (ambos somos demasiado mayores para ello), pero sí una forma de paz, no un cese, sino una suavización de tus continuos reproches.

________________________________________________
¹ Ottilie, la menor de las tres hermanas de Kafka.


(El texto que tengo de esta carta, en edición bolsillo, ocupa 78 páginas). Fue publicada, junto a otros textos, a título póstumo, y su lectura ayudará sin duda al lector de la obra de Kafka a comprender y diagnosticar ésta mejor.

*** 

¿Cuál es vuestra opinión?


 DUBLINESES

Los muertos

Cuando cruzó frente al espejo giratorio se vio de lleno: el ancho pecho de la camisa, relleno, la cara cuya expresión siempre lo intrigaba cuando la veía en un espejo y sus relucientes espejuelos de aros de oro. Se detuvo a pocos pasos de ella y le dijo:
-¿Qué ocurre con esa canción? ¿Por qué te hace llorar? Ella levantó la cabeza de entre los brazos y se secó los ojos con el dorso de la mano, como un niño. Una nota más bondadosa de lo que hubiera querido se introdujo en su voz:
-¿Por qué, Gretta? -preguntó.
-Pienso en una persona que cantaba esa canción hace tiempo.
-¿Y quién es esa persona? -preguntó Gabriel, sonriendo.
-Una persona que yo conocí en Galway cuando vivía con mi abuela -dijo ella.
La sonrisa se esfumó de la cara de Gabriel. Una rabia sorda le crecía de nuevo en el fondo del cerebro y el apagado fuego del deseo empezó a quemarle con furia en las venas.
-¿Alguien de quien estuviste enamorada? -preguntó irónicamente.
-Un muchacho que yo conocí -respondió ella-, que se llamaba Michael Furey. Cantaba esa canción, La joven de Aughrim. Era tan delicado.
Gabriel se quedó callado. No quería que ella supiera que estaba interesado en su muchacho delicado.
-Tal como si lo estuviera viendo -dijo un momento después-. ¡Qué ojos tenía: grandes, negros! ¡Y qué expresión en ellos..., qué expresión!
-Ah, ¿entonces estabas enamorada de él? -dijo Gabriel. Salía con él a pasear -dijo ella-, cuando vivía en Galway.
Un pensamiento pasó por el cerebro de Gabriel.
-¿Tal vez fuera por eso que querías ir a Galway con esa muchacha Ivors? -dijo fríamente.
Ella le miró y le preguntó, sorprendida:
-¿Para qué?
Sus ojos hicieron que Gabriel sintiera desazón. Encogiendo los hombros dijo:
-¿Cómo voy a saberlo yo? Para verlo, ¿no?
Retiró la mirada para recorrer con los ojos el rayo de luz hasta la ventana.
-El está muerto -dijo ella al rato-. Murió cuando apenas tenía diecisiete años. ¿No es terrible morir así tan joven?
-¿Qué era él? -preguntó Gabriel, irónico todavía.
-Trabajaba en el gas -dijo ella.
Gabriel se sintió humillado por el fracaso de su ironía y ante la evocación de esta figura de entre los muertos: un muchacho que trabajaba en el gas. Mientras él había estado lleno de recuerdos de su vida secreta en común, lleno de ternura y deseo, ella lo comparaba mentalmente con el otro. Lo asaltó una vergonzante conciencia de sí mismo. Se vio como una figura ridícula, actuando como recadero de sus tías, un nervioso y bienintencionado sentimental, alardeando de orador con los humildes, idealizando hasta su visible lujuria: el lamentable tipo fatuo que había visto momentáneamente en el espejo. Instintivamente dio la espalda a la luz, no fuera que ella pudiera ver la vergüenza que le quemaba el rostro.
Trató de mantener su tono frío, de interrogatorio, pero cuando habló su voz era indiferente y humilde.
-Supongo que estarías enamorada de este Michael Furey, Gretta -dijo.
-Me sentía muy bien con él entonces -dijo ella.
Su voz sonaba velada y triste. Gabriel, sintiendo ahora lo vano que sería tratar de llevarla más lejos de lo que se propuso, acarició una de sus manos y dijo, él también triste:
-¿Y de qué murió tan joven, Gretta? Tuberculoso, su¬pongo.
-Creo que murió por mí -respondió ella.
Un terror vago se apoderó de Gabriel ante su respuesta…

El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida. Pensó cómo la mujer que descansaba a su lado había evocado en su corazón, durante años, la imagen de los ojos de su amante el día que él le dijo que no quería seguir viviendo.
Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Nunca había sentido aquello por ninguna mujer, pero supo que ese sentimiento tenía que ser amor. A sus ojos las lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.
Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.

(Dublineses, de James Joyce, Ed. Debolsillo).

***

La última parte es el final del cuento Los muertos, que forma parte de Dublineses, una colección de quince relatos cortos del irlandés James Joyce, del Joyce joven.
Los muertos ha sido llevado al cine por el director cinematográfico John Houston, filme en el que se ciñe con fidelidad al texto del relato.
Tras una larga velada de la noche de Reyes, el matrimonio Gretta y Gabriel llegan al hotel y ella le confiesa el drama de su vida: un novio de su adolescencia que murió de amor por ella. Gabriel se debate entonces en la incertidumbre de si ha sido el sustituto de un muerto, un triunfador del amor con el que nunca podrá rivalizar. El muerto está más vivo que él. El final del relato se cierra con los rasgos propios de la prosa poética de Joyce.
En otra ocasión hablaremos de la obra maestra de Joyce, Ulises, una novela experimental llena de simbología, inversión irónica de la Odisea de Homero, cuya trama tiene una duración de veinticuatro horas, de un día.

***

¿Qué consideración os merece Dublineses?
¿Entendéis que Los muertos es el mejor relato de Dublineses?
Si no es así, ¿cuál entonces?


LA MONTAÑA MÁGICA

(Una buena parte de este capítulo en la novela está escrita en francés, con la traducción al español a pie de página. Dejo aquí dicha traducción, aunque por algo el autor la escribió en lengua francesa. Al que pueda leerla en el idioma original, le recomiendo hacerlo.)


—Te amo —balbuceó—, te he amado siempre pues tú eres el Tú de mi vida, mi sueño, mi destino, mi deseo, mi eterno deseo.
—¡Vamos, vamos! —dijo ella—. ¡Si tus preceptores te viesen!
Pero él sacudió la cabeza con desesperación, inclinando el rostro hacia el suelo, y contestó:
—Me tendría sin cuidado, me tienen sin cuidado todos esos Carducci, la República elocuente, el progreso humano en el tiempo, pues ¡te amo!
Ella acarició dulcemente con la mano los cabellos cortados al rape en la nuca.
—Pequeño burgués— dijo—. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es verdad que me amas tanto?
Y exaltado por este contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:

—Oh, el amor, ¿sabes…? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ése es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y muy majestuosa (mucho más alta que la vida risueña que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia y la nobleza, y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies… De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo…! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas, y el ombligo en el centro, en la blancura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omoplatos cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la ‘Arteria femoralis’ que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y albúmina, destinada a la anatomía de la tumba y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!

No abrió los ojos después de haber hablado. Permaneció sin moverse, la cabeza inclinada, las manos que sostenían el pequeño lapicero de plata separadas, temblando y vacilando sobre sus rodillas. Ella dijo:

—Eres, en efecto, un galanteador que sabe solicitar de una manera profunda, a la alemana.

Y le puso el gorro de papel.

—¡Adiós, príncipe Carnaval! ¡Esta noche la línea de la fiebre será muy alta, te lo predigo!

Al decir esto se levantó de la silla, se dirigió a la puerta, dudó un momento en el umbral, dio media vuelta elevando uno de sus brazos desnudos, con la mano en el pestillo y, por encima del hombro, dijo en voz baja:

—No te olvides de devolverme el lápiz.

Y salió.

***

La montaña mágica está considerada una de las novelas más importantes del siglo XX y es una obra que por su tamaño y densidad hay que atreverse a leerla.

*** 

Al margen de ello, pregunto:

¿Siguen declarándose así todavía los hombres enamorados a las mujeres?
Creo que no, pero la mujer de hoy día quizás eche de menos en ocasiones declaraciones tan románticas como ésta, aunque más actualizadas.
 

GRANDES ESPERANZAS

Capítulo LIX

-Después de tantos años es realmente extraño, Estella, que volvamos a encontrarnos en el mismo lugar que nos vimos por vez primera. ¿Viene usted aquí a menudo?
-Desde entonces no había vuelto.
-Yo tampoco.
La luna empezó a levantarse, y me recordó aquella plácida mirada al techo blanco, que ya había pasado, y recordé también la presión en mi mano en cuanto yo hube pronunciado las últimas palabras que él oyó en este mundo.
Estella fue la primera en romper el silencio que reinaba entre nosotros.
-Muchas veces había esperado, proponiéndome volver, pero me lo impidieron numerosas circunstancias. ¡Pobre, pobre lugar éste!
La plateada niebla estaba ya iluminada por los primeros rayos de luz de la luna, que también alumbraban las lágrimas que derramaban sus ojos. Entonces, ignorando que yo las veía y ladeándose para ocultarlas, añadió:
-¿Se preguntaba usted, acaso, mientras paseaba por aquí, cómo ha llegado a transformarse este lugar?
-Sí, Estella.
-El terreno me pertenece. Es la única posesión que no he perdido. Todo lo demás me ha sido arrebatado poco a poco; pero pude conservar esto. Fue el objeto de la única resistencia resuelta que llegué a hacer en los miserables años pasados.
-¿Va a construirse algo aquí?
-Sí. Y he venido a darle mi despedida antes de que ocurra este cambio. Y usted añadió con voz tierna para una persona que, como yo, vivía errante, ¿vive usted todavía en el extranjero?
-Sí.
-¿Le va bien?
-Trabajo bastante, pero me gano la vida y, por consiguiente..., sí, sí, me va bien.
-Muchas veces he pensado en usted -dijo Estella.
-¿De veras?
-Últimamente con mucha frecuencia. Pasó un tiempo muy largo y muy desagradable, cuando quise alejar de mi memoria el recuerdo de lo que desdeñé cuando ignoraba su valor; pero, a partir del momento en que mi deber no fue incompatible con la admisión de este recuerdo, le he dado un lugar en mi corazón.
-Pues usted siempre ha ocupado un sitio en el mío -contesté.
Guardamos nuevamente silencio, hasta que ella habló, diciendo:
-Poco me figuraba que me despediría de usted al despedirme de este lugar. Me alegro mucho de que sea así.
-¿Se alegra de que nos despidamos de nuevo, Estella? Para mí, las despedidas son siempre penosas. Para mí, el recuerdo de nuestra última despedida ha sido siempre triste y doloroso.
-Usted me dijo -replicó Estella con mucha vehemencia: «¡Dios la bendiga y la perdone!» Y si entonces pudo decirme eso, ya no tendrá inconveniente en repetírmelo ahora, ahora que el sufrimiento ha sido más fuerte que todas las demás enseñanzas y me ha hecho comprender lo que era su corazón. He sufrido mucho; mas creo que, gracias a eso, soy mejor ahora de lo que era antes. Sea considerado y bueno conmigo, como lo fue en otro tiempo, y dígame que seguimos siendo amigos.
-Somos amigos -dije levantándome e inclinándome hacia ella cuando se levantaba a su vez.
-Y continuaremos siendo amigos, aunque vivamos lejos uno de otro -dijo Estella.
Yo le tomé la mano y salimos de aquel desolado lugar. Y así como las nieblas de la mañana se levantaron, tantos años atrás, cuando salí de la fragua, del mismo modo las nieblas de la tarde se levantaban ahora, y en la dilatada extensión de luz tranquila que me mostraron, ya no vi la sombra de una nueva separación entre Estella y yo.

(Grandes esperanzas, Charles Dickens, Editorial Juventud)

***

Charles Dickens es tenido por un maestro del género narrativo, con un dominio sorprendente en la descripción de gentes y lugares, con retratos precisos de personajes de la clase baja inglesa del siglo XIX.
Una de las novelas escritas por entregas fue Grandes Esperanzas, cuyo final se ha transcrito más arriba, en que narra las vicisitudes vitales del niño huérfano de clase baja Philip Pirrip hasta su mayoría de edad. Es una de las mejores novelas de Dickens en mi opinión, cuya obra queda enmarcada dentro del movimiento realista inglés.

***

¿Qué opinión os merece la prosa de Dickens?
¿Os gustó esta novela?
¿Qué obra de Dickens consideráis la mejor o más de vuestro gusto?
¿Cuáles habéis leído?


 RAYUELA

7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

(Rayuela, Julio Cortázar, Ediciones Cátedra).

***

La obra de Cortázar como cuentista y novelista es sobradamente conocida.

Rayuela, como se sabe, es una novela experimental, difícil, en la que el autor ensayó diferentes estilos de escritura, que puede ser considerada ya un clásico de las letras hispanas, y que se puede leer, en principio, de dos formas distintas:

a) una ajustándose al orden natural de las páginas y se terminaría así en el capítulo 56, al final del cual se encuentra uno con tres estrellas que equivalen a la palabra ‘Fin’ (tiene 155 capítulos);

b) otra forma es siguiendo el orden del cuadro sugerido por el escritor al principio, indicado para más facilidad además al término de cada capítulo, con lo cual nos encontramos con una historia que no tiene fin pues remite continuamente de delante hacia atrás y viceversa y la lectura no acaba nunca.

No es una obra escrita para el lector facilón, cómodo, interesado sólo en “ver qué pasa al final”, al que llamó Cortázar primitivamente y con poca fortuna el “lector hembra” cuando quiso referirse realmente al “lector pasivo”.

Este capítulo 7 de Rayuela es en realidad un poema en prosa.

¿No creen ustedes que es una de las más sensuales declaraciones de amor que puede leerse, que es la simbiosis perfecta en uno solo de dos seres que se aman, la comunión en cuerpo y alma de dos vidas?

Me encantaría leer vuestras opiniones. Gracias.

 

LAS INQUIETUDES DE SHANTI ANDÍA

Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.

Yo, en cierta época de mi existencia, he pasado por algunos momentos difíciles, y el recordarlos, sin duda, despertó en mí la gana de escribir. El ver mis recuerdos fijados en el papel me daba la impresión de hallarse escritos por otro, y este desdoblamiento de mi persona en narrador y lector me indujo a continuar.

No tenía la menor intención de dar mis cuartillas a la imprenta; pero cuando salió El Correo de Lúzaro todos mis amigos me instaron para que publicase mis memorias en el periódico.

Debía colaborar en la cultura de la ciudad. Yo era uno de los puntales de la civilización luzarense. Nos reímos en casa un poco de estos elogios y comencé a publicar mi diario en El Correo de Lúzaro y a pagar periódicamente las facturas de la imprenta.

Estuve ausente de Lúzaro una semana para llevar mi segundo hijo al colegio, y al volver de mi viaje me encontré con que El Correo había pasado a mejor vida, y mis memorias quedaban colgadas en lo que yo consideraba más interesante. A pesar del interés puesto por mí, nadie se ocupó de saber su continuación, lo cual sirvió para mortificar bastante mi amor propio de literato.

Ahora, mi amigo Cincunegui se ha empeñado en que publique mi diario íntegro. Lúzaro necesita un grande hombre; le es preciso tener una figura presentable ante los ojos del mundo. Desde la muerte de don Blas de Artola, el teniente de navío retirado, la plaza de hombre ilustre está vacante en nuestro pueblo.

Cincunegui excita mis sentimientos ambiciosos, quiere mi encumbramiento, mi exaltación; según él, no puedo dejar a mis paisanos en la orfandad en que se hallan; debo llegar al pináculo de la gloria.

A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda?

No, no; soy muy reumático, y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie.

¿Habrá que decir a mis lectores que no tengo pretensión literaria alguna? Ellos lo verán si hojean, aunque sea distraídamente, las páginas de mi libro. Estas cuartillas están escritas en distintas épocas de mi vida y con diferentes estados de ánimo. El sentimiento ha sido sincero; la forma seguramente, poco hábil. Mi público creo que no me reprochará mi falta de atildamiento. Más que para los jóvenes críticos del casino de Lúzaro, escribo para mis amigos del Guezurrechape de Cay luce (El mentidero del Muelle largo).


(Las inquietudes de Shanti Andía, de Pío Baroja, Coleccíón Austral, Espasa-Calpe).

***

De Pío Baroja y su obra tratamos en nuestro artículo La literatura y la medicina.

Como se sabe, esta obra de Baroja es una novela del mar, trata del mar y de marinos, mundo que empezó a amar el escritor siendo niño cuando vivía en San Sebastián, desde cuya casa veía los aparejos, los barcos atracados en el muelle y pasear a las gentes que habían vivido aquella vida, y que seguiría amando ya de adulto.

Tiene otras novelas del mar, pero ¿alguna de ellas os ha gustado más que ésta que estamos comentando? ¿Os gusta Baroja? ¿Conocéis al Baroja cuentista?



DIARIO DE UN CAZADOR

 ...
19 agosto, martes

Me despertaron los gorriones piando como locos en la azotea. Dice el señor Moro que la señora de Ladislao tenía la costumbre de echarles las migajas de pan de las sobras al levantarse. Así se explica que hubiera más de un ciento de ellos revoloteando entre las chimeneas y los tendederos. La madre llevaba un rato levantada, rutando porque no le tira la cocina. Debe de ser por el tiempo quedo, sin una brizna de viento. De todas formas a estas cosas hay que cogerles el punto flaco. La madre estaba hecha a la cocina de la otra casa y ésta le extraña. Además, la madre siempre anda dispuesta a protestar. Es su manera de ser. Todavía no ha hincado el pico. Se le ha ido el día recordando a la señora Rufina. A las siete me dijo: “¿Y qué hago yo a estas horas si no puedo sacar una silla a la puerta?” “Siéntese en la azotea, madre”, le dije yo. Ella dijo: “Ya, a ver pasar los pájaros, ¿verdad?”. A la mujer no le falta razón, pero cuando hemos cenado a la fresca, bajo un techo de estrellas, se le ha desarrugado el semblante. A medio comer me pidió la toquilla porque notaba el relente. Yo le dije que de cuándo acá había necesitado la toquilla en agosto. Al concluir, la llevé a la baranda para que contemplara las vistas. Ella se asomó y dijo: “Es muy hermosa nuestra ciudad, ¿verdad, hijo?” Desde la azotea se divisa un mar de luces y todo está en silencio, como muerto. Sólo de vez en cuando le asusta a uno el silbido de un tren. Cuando le mostré el Sagrado Corazón, se le alegró la cara y se santiguó: “Lo tenemos aquí cerquita, hijo. Casi al alcance de la mano”, decía. La notaba sobrecogida porque el Sagrado Corazón, iluminado por una luz blanquecina, parece tal cual una aparición milagrosa.


(Diario de un cazador, Miguel Delibes, Premio Nacional de Literatura 1955, Ediciones Destino, S.L.).

***

Forma una trilogía junto a Diario de un emigrante y Diario de un jubilado. Buena parte de la obra de Delibes ha sido objeto de estudio por parte de especialistas porque en ella —Diario de un cazador, Premio Nacional de Literatura 1955, entre ellas— rescató un importante vocabulario utilizado en la vida corriente, un lenguaje vulgar hablado en muchos pueblos de Castilla, recreando el léxico agrario, el santoral, refranes y expresiones populares, todo ello de tal dimensión que existen hasta diccionarios para ayudar a la mejor lectura y comprensión de esa parte de su obra.

Leí la novela hace algún tiempo y fue frecuente encontrarme con palabras como: jeta, pela, pitorreo, cachondear, cabrear, chavea, propi, atocinarse, murrio, tolondro, diñarla, dar lacha, panoli, etc.; y expresiones tales que ‘la hizo la boca un fraile’, ‘éramos pocos y parió la abuela’, ‘me puso a caer de un burro’, ‘no te muela’, etc.

Recuerdo que durante mi lectura de la novela hube de detenerme a veces para consultar alguno de los muchos vocablos utilizados o deducir qué significado podía tener en el contexto de la oración.

Periodista y novelista, Delibes es académico de la RAE y ha sido propuesto en distintas ocasiones para el Premio Nobel. Está en posesión de numerosos galardones (Nadal, Nacional de Narrativa por ‘Diario de un cazador ‘—1955— y ‘El hereje’ —1999—, Príncipe de Asturias, Doctor Honoris Causa por distintas universidades, etc.).

De entre su producción literaria podemos señalar: La sombra del ciprés es alargada, Mi idolatrado hijo Sisí, Diario de un cazador, Las ratas, Cinco horas con Mario, Los santos inocentes, El hereje, etc., etc.

¿No os ha ocurrido lo mismo que a mí con ciertas obras de Delibes? 


SIEMPRE OCURRE LO INESPERADO

...
El pórtico corintio

—Ese pórtico está ligado, en mis recuerdos, al día más triste de mi vida. Nunca me he atrevido a hablarte de eso, pero ahora somos tan viejos que ya no tiene importancia. Era en la época en que yo quería a Harry y tú a Sybil. Una noche fui a un baile para encontrar a Harry, recién llegado de Tokyo. Esperaba ese encuentro desde hacía semanas, pero Harry sólo había pedido permiso para prometerse, y durante toda la noche bailó con una misma muchacha, fingiendo no verme. Lloré en el coche, al regresar. Llegué a casa. Adiviné que las lágrimas me habían desfigurado tanto, que no tuve valor para aparecer ante ti en aquel estado. Fingí llamar, dejé irse al cochero y me apoyé en una de esas columnas. Así estuve mucho rato. Yo sollozaba. Llovía con fuerza. Sabía que tú también pensabas en otra persona, en otra mujer, y mi vida me parecía acabada. Eso es lo que me recuerda ese pequeño pórtico a punto de desaparecer.

Lord Barchester , que había escuchado este relato con mucha simpatía e interés, cogió afectuosamente a su mujer por el brazo.

—¿Sabes qué vamos a hacer? —dijo—. Antes de que derriben ese pórtico, que es la tumba de tus recuerdos, compraremos algunas flores y las pondremos en lo alto de la escalera.

La pareja de ancianos se dirigió a la florista, trajo rosas y las colocó al pie de una de las columnas corintias. Al día siguiente el pórtico había desaparecido.
___

La casa


Tenía mucho miedo de que no me contestase nadie, pero casi en seguida apareció un criado. Era un hombre de rostro triste, muy viejo y vestido con chaqueta negra. Al verme pareció sumamente sorprendido y me miró con atención, sin hablar.

—Voy a pedirle un favor algo raro —le dije—. No conozco a los propietarios de esta casa, pero me alegraría si pudiesen autorizarme a visitarla.
—La casa está por alquilar, señora —respondió como de mal grado—, y estoy aquí para enseñarla.
—¿Por alquilar? ¡Qué suerte tan inesperada! ¿Cómo es que los propietarios no habitan en una casa tan hermosa?
—Los propietarios habitaban aquí, señora. Han abandonado la casa desde que está embrujada.
—¿Embrujada? —dije—. No me importa. Ignoraba que en las provincias francesas todavía creyeran en los aparecidos…
—No creería en ellos, señora —replicó con seriedad—, si yo mismo no hubiese encontrado muy a menudo, en el parque, el fantasma que ha puesto a mis amos en fuga.
—¡Qué historia! —dije intentando sonreír.
—Una historia —repuso el viejo con aire de reproche— de la cual usted por lo menos no debería reírse, señora, puesto que el fantasma era usted.

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(Siempre ocurre lo inesperado, André Maurois, Ediciones G.P., 1958, Barcelona).

  
BARTLEBY Y COMPAÑÍA 

Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz. Hoy más que nunca porque empiezo —8 de julio de 1999— este diario que va a ser al mismo tiempo un cuaderno de notas a pie de página que comentarán un texto invisible y que espero que demuestren mi solvencia como rastreador de bartlebys.

Hace veinticinco años, cuando era muy joven, publiqué una novelita sobre la imposibilidad del amor. Desde entonces, a causa de un trauma que ya explicaré, no había vuelto a escribir, pues renuncié radicalmente a hacerlo, me volví un bartleby, y de ahí mi interés desde hace tiempo por ellos.

Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico; que, durante prolongados lapsos, se queda de pie mirando hacia fuera por la pálida ventana que hay tras un biombo, en dirección a un muro de ladrillo de Wall Street; que nunca bebe cerveza, ni té, ni café como los demás; que jamás ha ido a ninguna parte, pues vive en la oficina, incluso pasa en ella los domingos; que nunca ha dicho quién es, ni de dónde viene, ni si tiene parientes en este mundo; que, cuando se le pregunta dónde nació o se le encarga un trabajo o se le pide que cuente algo sobre él, responde siempre diciendo:

—Preferiría no hacerlo.

(Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas, Editorial Anagrama).


 EL VINO DEL ESTÍO

(Tom y Douglas son hermanos, de 10 y 12 años, respectivamente):

— Tom —dijo Douglas—, prométeme algo, ¿sí?
— Prometido, ¿qué es?
— Eres mi hermano y te odio a veces, pero no te separes de mí, ¿eh?
— ¿Me dejarás entonces que ande contigo y los mayores?
— Bueno... aún eso. Quiero decirte que no desaparezcas, ¿eh? No dejes que te atropelle un coche y no te caigas en algún precipicio.
— ¡Claro que no! ¿Por quién me tomas?
— Y si ocurre lo peor, y los dos llegamos a ser realmente viejos, de cuarenta o cuarenta y cinco años, podemos comprar una mina de oro en el Oeste, y quedarnos allí, y fumar y tener barba.
— ¡Tener barba, Dios!
— Como te digo. No te separes y que no te pase nada.
— Confía en mí.
— No me preocupas tú —dijo Douglas—, sino el modo como Dios gobierna el mundo.
Tom pensó un momento.
— Bueno, Doug -dijo-, hace lo que puede.



Douglas miró por la alta ventana la tierra donde los grillos yacían como higos secos en el lecho de los arroyos, el cielo donde los pájaros giraban hacia el sur al oír el grito de los somorgujos otoñales, y donde los árboles subían en una gran hoguera de color hacia las nubes aceradas. De más allá, del campo, venía el olor de las calabazas que maduraban hacia el cuchillo y sus ojos triangulares y la vela interior. Aquí, en el pueblo, aparecían las primeras bufandas del humo en las chimeneas, y se oía un débil y lejano rumor de hierro: el río de carbón negro y duro que caía en altos y oscuros montículos en los depósitos de los sótanos.
Pero era tarde y estaba haciéndose más tarde.
Douglas en la alta cúpula sobre el pueblo movió la mano.
—¡Desnúdense todos!
Esperó. El viento sopló enfriando los vidrios.
—¡Cepíllense los dientes!
Esperó otra vez.
—Ahora —dijo al fin—, ¡apaguen las luces!
Parpadeó. Y el pueblo apagó sus luces, aquí y allí, somnoliento, mientras el reloj de la alcaldía daba las diez, las diez y media, las once, y la amodorrada medianoche.
—Las últimas horas…allí…allí…
Se tendió en la cama y el pueblo durmió a su alrededor y la cañada estaba en sombras y el lago golpeaba suavemente la orilla, y todos, su familia, sus amigos, los viejos y jóvenes dormían en una calle u otra, en una casa u otra, o en los lejanos cementerios.
Cerró los ojos.
Las albas de junio, los mediodías de julio, las noches de agosto habían terminado, concluido, desapareciendo para siempre, pero quedándose allí, en el interior de la cabeza. Ahora, todo un otoño, un invierno blanco, una primavera fresca y verde para sacar las sumas y totales del verano pasado. Y si olvidaba, allí estaba el vino almacenado en el sótano, numerado de día en día. Iría allí a menudo, miraría el sol de frente hasta que no pudiera mirar más, y luego cerraría los ojos y estudiaría las manchas, las cicatrices que le bailarían en los párpados tibios. Y arreglaría una y otra vez todos los juegos y reflejos hasta que el dibujo se aclarara…
Así, pensando, Douglas se durmió.
Y, durmiendo, dio fin al verano de 1928.

(El vino del estío, de Ray Bradbury, Ediciones Minotauro 2006).

***

Ray Bradbury (1920) es un escritor norteamericano de historias de misterio y fantasía. Ha escrito novelas (Fahrenheit 451, Crónicas marcianas, El vino del estío, etc.), colecciones de cuentos (Las doradas manzanas del sol,…), poemas y obras de teatro.
Ha desplegado una amplia actividad en cine y TV (guionista de Moby Dick, por ejemplo, de John Houston). Creó el escenario del pabellón norteamericano en la Feria Mundial de New York de 1964 y colaboró en otros proyectos arquitectónicos.
En 1989 fue nombrado Gran Maestro de la SFWA (Asociación de Autores de Ciencia Ficción) y en 1999 recibió el SF Hall of Fame por toda su carrera.

***

Me agradaría leer opiniones sobre Ray Bradbury de aquéllos que le hayan leído.
Al menos como cuentista.



ALMA ANDALUZA 

Dejo aquí algunas pinceladas sobre Andalucía y los andaluces, cantados por poetas andaluces. Es uno de los temas más utilizados universalmente por todos los poetas nacidos en el Sur, más quizás que en ninguna otra zona de España, de los que existe una buena nómina:

Federico García Lorca

Antonio Machado

Manuel Machado

Gustavo Adolfo Bécquer

Vicente Aleixandre

Juan Ramón Jiménez

Luis Cernuda

Rafael Alberti

José Bergamín



Cádiz, salada claridad; Granada
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén. Huelva a la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.

Manuel Machado
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Cuando escucho en tu guitarra
un cante por soleá
oigo en mi alma un silencio
que es música de verdad.

Música tan de verdad
que las estrellas se callan
para poderla escuchar.

José Bergamín

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Los álamos de plata
saliendo de la bruma!
¡El viento solitario
por la marisma oscura,
moviendo -terremoto
irreal- la difusa
Huelva lejana y rosa!
¡Sobre el mar, por la Rábida,
en la gris perla húmeda
del cielo, aún con la noche
fría tras su alba cruda
- ¡horizonte de pinos! -,
fría tras su alba blanca,
la deslumbrada luna!

Juan Ramón Jiménez
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Perdido está el andaluz
del otro lado del río.
-Río, tú que lo conoces:
¿quién es y por qué se vino?
Vería los olivares
cerca tal vez de otro río.
-Río, tú que lo conoces:
¿qué hace siempre junto al río?
Vería el odio, la guerra,
cerca tal vez de otro río.
-Río, tú que lo conoces:
¿qué hace solo junto al río?
Veo su rancho de adobe
del otro lado del río.
No veo los olivares
del otro lado del río.
Sólo caballos, caballos,
caballos solos, perdidos.
¡Soledad de un andaluz
del otro lado del río!
¿Qué hará solo ese andaluz
del otro lado del río?

Rafael Alberti
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Giralda es prisma puro de Sevilla
nivelada del plomo y de la estrella,
molde en engaste azul, torre sin mella,
palma de arquitectura sin semilla.

Si su espejo la brisa en frente brilla,
no te contemples -¡ay, Narcisa!- en ella;
que no se mude esa tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla,

Al contraluz de luna limonera,
tu arista es el bisel, hoja barbera,
que su más bella vertical depura.

Resbala el tacto su caricia vana.
Yo mudéjar te quiero y no cristiana.
Volumen nada más: base y altura.

Gerardo Diego

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Sevilla es una torre
llena de arqueros finos.
Sevilla para herir.
Córdoba para morir.
Una ciudad que acecha
largos ritmos,
y los enrosca
como laberintos.
Como tallos de parra
encendidos.
¡Sevilla para herir!
Bajo el arco del cielo,
sobre su llano limpio,
dispara la constante
saeta de su río.
¡Córdoba para morir!
Y loca de horizonte,
mezcla en su vino
lo amargo de Don Juan
y lo perfecto de Dioniso.
Sevilla para herir.
¡Siempre Sevilla para herir!

Federico García Lorca
---------------------------
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.

¡Ay, amor
que se fue y no vino!


El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!


Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.

¡Ay, amor
que se fue y no vino!


Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Darro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques,

¡Ay, amor
que se fue por el aire!


¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!

¡Ay, amor
que se fue y no vino!


Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!


Federico García Lorca

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Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.

Entre adelfas y campanas
cinco barcos se mecían,
con los remos en el agua
y las velas en la brisa.

¿Quién mira dentro la torre
enjaezada, de Sevilla?
Cinco voces contestaban
redondas como sortijas.

El cielo monta gallardo
al río, de orilla a orilla.
En el aire sonrosado,
cinco anillos se mecían.

Federico García Lorca
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Kasida del misterio


En un barrio de Sevilla
hay una casa cerrada.

¿Por quién florecen los nardos?
¿Por quién blanquean las tapias?

Desde la calle se escucha
rumor de fuentes y aguas.

¿Quién se mira en sus cristales?
¿Quién en su fondo se baña?

La gente pasa con miedo
ante la casa encantada.

Por el corredor del patio
se oye a una mujer que canta.

¿Será la amante de un moro?
¿Será cuerpo de fantasma?

La casa estuvo encendida
toda una noche hasta el alba.

Al amanecer, muy honda,
se ha escuchado una guitarra.

Lloraba una inmensa pena
de soledad y desgracia.

La casa es como un fanal
para perfumes y lágrimas.

La guitarra se dolía
con sollozos de dos almas.

¿Quién lloraba entre las flores?
¿Quién con su muerte ya hablaba?

Era una noche de estío.
En una casa cerrada.

Joaquín Romero Murube

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 LA MATRONA DE ÉFESO

Satyricon es la primera novela en el ámbito occidental, de la que se conservan algunos libros y fragmentos. Es una obra de amor, de aventuras y de viaje, que incluye relatos costumbristas, cuentos populares, crítica literaria, etc.

Para los estudiosos del latín es de destacar la habilidad de Petronio, su autor, en la conversación de algunos personajes del habla cotidiana de las clases populares y bajas.

Escrita en el siglo I a. C. en prosa y en verso, esta novela romana se atribuye a Cayo Petronio Arbiter, aristócrata de familia romana, célebre por su elegancia y su cultura.

De ella extraemos el cuento La matrona de Éfeso, que reproducimos a continuación en versión española.

***

(CXI)

En Éfeso había una matrona con tal fama de honesta que hasta venían las mujeres a conocerla desde países vecinos. Esta matrona perdió a su esposo y no se contentó entonces con ir detrás del cuerpo con los cabellos en desorden, como es costumbre entre el vulgo, ni con golpearse el pecho desnudo ante los ojos de todos, sino que fue detrás de su finado marido hasta su tumba y luego de depositarlo, según la usanza de los griegos, en el hipogeo, se consagró a velar el cuerpo y a llorarlo día y noche. Sus padres y familiares no pudieron hacerla cejar en esa actitud que, llevada a la desesperación, la haría morir de hambre. Hasta los magistrados desistieron del intento al verse rechazados por ella. Todos lloraban casi como muerta a esa mujer que daba ejemplo sin igual consumiéndose desde hacía ya cinco días sin probar bocado. La acompañaba una sirvienta muy fiel que compartía su llanto y renovaba la llama de la lamparilla que alumbraba el sepulcro cuando comenzaba a apagarse. En la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuera de esta abnegación, y hombres de toda condición social la daban como ejemplo único de castidad y amor conyugal.

En ese tiempo el gobernador de la provincia ordenó crucificar a varios ladrones cerca de la cripta donde la matrona lloraba sin interrupción la reciente muerte de su marido. Durante la noche siguiente a la crucifixión, un soldado que vigilaba las cruces para impedir que alguno desclavase los cuerpos de los ladrones para sepultarlos, notó una lucecita que titilaba entre las tumbas y oyó los lamentos de alguien que lloraba. Llevado por la natural curiosidad humana, quiso saber quién estaba allí y qué hacía. Bajó a la cripta y, descubriendo a una mujer de extraordinaria belleza, quedó paralizado de miedo, creyendo hallarse frente a un fantasma o una aparición. Pero cuando vio el cadáver tendido y las lágrimas de la mujer, su rostro rasguñado, se fue desvaneciendo su propia impresión, dándose cuenta de que estaba ante una viuda que no hallaba consuelo. Llevó a la cripta, su magra cena de soldado y comenzó a exhortar a la afligida mujer para que no se dejase dominar por aquel dolor inútil ni llenase su pecho con lamentos sin sentido.

-La muerte -dijo- es el fin de todo lo que vive: el sepulcro es la íntima morada de todos.

Acudió a todo lo que suele decirse para consolar las almas transitadas de dolor. Pero esos consejos de un desconocido la exacerbaban en su padecer y se golpeaba más duramente el pecho, se arrancaba mechones de cabellos y los arrojaba sobre el cadáver. El soldado, sin desanimarse, insistió, tratando de hacerle probar su cena. Al fin la sirvienta, tentada por el olorcito del vino, no pudo resistir la invitación y alargó la mano a lo que les ofrecía, y cuando recobró las fuerzas con el alimento y la bebida, comenzó a atacar la terquedad de su ama:

-¿De qué te servirá todo esto? -le decía-. ¿Qué ganas con dejarte morir de hambre o enterrada, entregando tu alma antes que el destino la pida? Los despojos de los muertos no piden locuras semejantes. Vuelve a la vida. Deja de lado tu error de mujer y goza, mientras sea posible, de la luz del cielo. El mismo cadáver que está allí tiene que bastarte para que veas lo bella que es la vida. ¿Por qué no escuchas los consejos de un amigo que te invita a comer algo y no dejarte morir?

Al fin la viuda, agotada por los días de ayuno, depuso su obstinación y comió y bebió con la misma ansiedad con que lo había hecho antes la sirvienta.

(CXII)
Se sabe que un apetito satisfecho produce otros. El soldado, entusiasmado con su primer éxito, cargó contra su virtud con argumentos semejantes.

-No es mal parecido ni odioso este joven- se decía la matrona, que además era acuciada por la sirvienta que le repetía:

-¿Te resistirás a un amor tan dulce? ¿Perderás los años de juventud? ¿A qué esperar más tiempo?

La mujer, después de haber satisfecho las necesidades de su estómago, no dejó de satisfacer este apetito... y el soldado tuvo dos triunfos. Se acostaron juntos no sólo esa noche sino también el día siguiente y el otro, cerrando bien las puertas de la cripta de modo que si pasase por allí tanto un familiar como un desconocido, creyeran que la fiel mujer había muerto sobre el cadáver de su esposo. El soldado, fascinado por la hermosura de la mujer y por lo misterioso de estos amores, compraba de todo lo mejor que su bolsa le permitía y al caer la noche lo llevaba al sepulcro. Pero he aquí que los parientes de uno de los ladrones, notando la falta de vigilancia nocturna, descolgaron su cadáver y lo sepultaron. El soldado, al hallar al otro día una de las cruces sin muerto, temeroso del suplicio que le aguardaría, contó lo ocurrido a la viuda:

-No, no -le dijo- no esperaré la condena. Mi propia espada, adelantándose á la sentencia del juez, castigará mi descuido. Te pido, mi amada, que una vez muerto me dejes en esta tumba. Pon a tu amante junto a tu marido.

Pero la mujer, tan compasiva como virtuosa, le respondió:

-¡Que los dioses me libren de llorar la muerte de los dos hombres que más he amado! ¡Antes crucificar al muerto que dejar morir al vivo!
Una vez dichas estas palabras, le hizo sacar el cuerpo de su esposo del sepulcro y colgarlo en la cruz vacía. El soldado usó el ingenioso recurso y al día siguiente el pueblo admirado se preguntaba cómo un muerto había podido subir hasta la cruz.

Confía tu barco a los vientos
pero jamás tu corazón a una mujer
porque las olas son más firmes
que la fidelidad de la mujer.

No hay ninguna mujer buena
o si alguna vez lo ha sido
No comprendo cómo algo malo
pudo ser bueno alguna vez.


ASINUS AUREUS
(El asno de oro)

Un siglo más tarde que Petronio desarrolla su actividad literaria Lucio Apuleyo, de nacionalidad romana, nacido en Numidia (actual Argelia) hacia el año 124, que vivió en la época romana de los Antoninos. Su educación se llevó a cabo en Cartago y Atenas, llegando a actuar como abogado en la propia Roma.

Escribió sobre temas muy diversos: botánica, medicina, astronomía, filosofía, etc.

Su obra fundamental es la novela que él llamó Metamorfosis, también denominada El asno de oro, llena de episodios de carácter erótico y satírico. Es la única novela latina completa que se ha podido hallar. Prefigura el género de novela picaresca practicado más adelante por Quevedo, Rabelais, Bocaccio, etc.

El debate sobre la originalidad de esta obra sigue abierto.

La lectura de la novela me llevó en su día a plantearme ciertas consideraciones acerca de las estructuras de determinadas novelas y de la influencia de la literatura griega y romana en la nuestra a través de La Odisea, El asno de oro y El Quijote.

***

Extractos de ‘El asno de oro’:
“En este libro, compuesto al estilo de Mileto, podrás conocer y saber diversas historias y fábulas, con las cuales deleitarás tus oídos y sentidos, si quisieres leer y no menospreciares ver esta escritura egipciaca, compuesta con ingenio de las riberas del Nilo; porque aquí verás las fortunas y figuras de hombres convertidas en otras imágenes y tornadas otra vez en su misma forma. De manera que te maravillarás de lo que digo. Y si quieres saber quién soy, en pocas palabras te lo diré: Mi antiguo linaje tuvo su origen y nacimiento en las colinas del Himeto ateniense, en el istmo de Efirea y en el Tenaro de Esparta, que son ciudades muy fértiles y nobles, celebradas por muchos escritores. En esta ciudad de Atenas comencé a aprender siendo mozo; después vine a Roma, donde con mucho trabajo y fatiga, sin que maestro me enseñase, aprendí la lengua natural de los Romanos. Así que pido perdón si en algo ofendiere, siendo yo rudo para hablar lengua extraña. Que aun la misma mudanza de mi hablar responde a la ciencia y estilo variable que comienzo a escribir. La historia es griega, entiéndela bien y habrás placer.

Primer libro
Argumento

Lucio Apuleyo, deseando saber arte mágica, se fue a la provincia de Tesalia, donde estas artes se sabían; en el camino se juntó tercero compañero a dos caminantes, y andando en aquel camino iban contando ciertas cosas maravillosas e increíbles de un embaidor y de dos brujas hechiceras que se llamaban Meroe y Panthia, y luego dice de cómo llegó a la ciudad Hipata y de su huésped Milón, y lo que la primera noche le aconteció en su casa. Lee y verás cosas maravillosas.


Capítulo I

Cómo Lucio Apuleyo, deseando saber el arte mágica, se fue a la provincia de Tesalia, donde al presente más se usaba que en otra parte alguna, y llegando cerca de la ciudad de Hipata, se juntó con dos compañeros, los cuales, hasta llegar a la ciudad, fueron contando admirables acontecimientos de magas hechiceras.

Capítulo II

Cómo Aristómenes, que así se llamaba el segundo compañero,prosiguiendo en su historia, contó a Lucio Apuleyo cómo las dos magas hechiceras Meroe y Panthia degollaron aquella noche a Sócrates,indignadas de él.

Capítulo III

En el cual cuenta Lucio Apuleyo cómo llegó a la ciudad de Hipata, fue bien recibido de su huésped Milón y de lo que le aconteció con un antiguo amigo suyo llamado Pithias, que al presente era almotacén en la ciudad.

Segundo libro

Argumento

En tanto que Lucio Apuleyo andaba muy curioso en la ciudad de Hipata, mirando todos los lugares y cosas de allí, conoció a su tía Birrena, que era una dueña rica y honrada; y declara el edificio y estatuas de su casa, y cómo fue con mucha diligencia él avisado que se guardase de la mujer de Milón, porque era gran hechicera; y cómo se enamoró de la moza de casa, con la cual tuvo sus amores; y del gran aparato del convite de Birrena, donde ingiere algunas fábulas graciosas y de placer; y de cómo guardó uno a un muerto, por lo cual le cortaron las narices y orejas, y después cómo Apuleyo tornó de noche a su posada, cansado de haber muerto no a tres hombres, más a tres odres.

Capítulo I

Cómo andando Lucio Apuleyo por las calles de la ciudad de Hipata, considerando todas las cosas, por hallar mejor el fin deseado de su intención, se topó con una su tía llamada Birrena, la cual le dio muchos avisos en muchas cosas de que se debía guardar.

Capítulo II

Cómo despedido Lucio Apuleyo de Birrena, su tía, se vino para la posada de su huésped Milón, donde, llegado, halló a Fotis la moza de casa, que guisaba de comer. Y enamorándose el uno del otro, concertaron de juntarse a dormir.

Capítulo III

Que trata cómo levantado Lucio Apuleyo de la mísera mesa de Milón, apesarado con los cuentos y pronósticos del candil, se fue a su cámara, adonde halló aparejado muy cumplidamente de cenar, y después de haber cenado se gozaron en uno, por toda la noche, su amada Fotis y él.

Undécimo libro


Capítulo IV

En el cual cuenta su entrada en la religión, y cómo se fue vuelto a Roma, donde, ordenado en las cosas sagradas, fue recibido en el colegio de los principales sacerdotes de la diosa Isis.”.


 EL CUADERNO ROJO

...

En la misma línea, a pesar de abarcar un período de tiempo más corto (unos meses en lugar de veinte años), otro amigo, R., me habló de cierto libro inencontrable que había estado intentando localizar sin éxito, husmeando en librerías y catálogos en busca de una obra supuestamente excepcional que tenía muchas ganas de leer, y cómo, una tarde que paseaba por la ciudad, tomó un atajo a través de la Grand Central Station, subió la escalera que lleva a Vanderbilt Avenue, y descubrió a una joven apoyada en la baranda de mármol con un libro en la mano: el mismo libro que él había estado intentando localizar tan desesperadamente.

Aunque no es alguien que normalmente hable con desconocidos, R. estaba tan asombrado por la coincidencia que no se pudo callar.

-Lo crea o no -le dijo a la joven-, he buscado ese libro por todas partes.
-Es estupendo -respondió la joven-. Acabo de terminar de leerlo.
-¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? -preguntó R.-. No puedo decirle cuánto significaría para mí.
-Éste es suyo -respondió la mujer.
-Pero es suyo -dijo R.
-Era mío -dijo la mujer-, pero ya lo he acabado. He venido hoy aquí para dárselo.

(El cuaderno rojo, de Paul Auster, Editorial Anagrama).

***

El cuaderno rojo contiene más historias de coincidencias o casualidades. No en vano se ha llamado a Paul Auster el ‘cazador de coincidencias’. Muchas de sus historias están basadas en casualidades, en el azar, como en este libro. Deseas que esas casualidades sobre las que escribe hayan ocurrido, incluso sospechando que no sean reales, que sean ficticias. Al menos a mí me pasa esto.

Ésta del libro raro que buscaba un lector y encontró por azar me gustó. Como lector, me ilusionaría vivir una historia así.

Buscando información por aquí y por allá, he sabido que historias así han ocurrido. Una vez cuando menos. Le sucedió al actor Anthony Hopkins, quien ha contado que estuvo buscando a lo largo de su vida una novela de George Feifer sin encontrarla hasta que, de repente, vio un ejemplar abandonado en el metro.

Durante el rodaje de una película basada en esa novela, aquélla resultó ser la única copia —repleta de anotaciones— que le quedaba al autor; un amigo a quien se la prestó la había perdido en el metro.

Todos los libros de Paul Auster están traducidos en España.

¿Os gustan este tipo de historias? ¿Creéis en las coincidencias o casualidades, en el azar?


 COÑOS

Arqueología del coño

Mi hermano Félix, arqueólogo de profesión, hace expediciones a las islas griegas, y desentierra estatuas de diosas ininteligibles y por lo común mutiladas. El trabajo de arqueólogo, bajo el sol rubio y casi dórico del Egeo, ha ido recalentando a mi hermano Félix, hasta infundirle unas ideas muy poco católicas, de una extravagancia atroz. Afirma que la única mujer verdaderamente deseable es la estatua, porque su quietud o inmovilismo nos evita a los hombres el componente histérico o meramente psicológico que padecen las otras (me refiero a las mujeres de carne y hueso y alma). Este elogio del amor estatuario, que como lucubración podría dar juego y hasta argumento para un tratado de esnobismo, llevado a la práctica puede ocasionar calenturas y disfunciones. De su última expedición arqueológica, Félix se trajo una colección de diosas incompletas, fragmentos de mármol que distribuyó por su jardín, entre macizos de tréboles y arbustos de boj, como meteoros que caen del cielo, agravados por esa concupiscencia pagana que tienen las estatuas. Por las tardes, cuando el crepúsculo incendia los árboles, otorgándoles cierta grandeza de bosque, mi hermano Félix se pasea por el jardín (es un peripatético, sin saberlo) y hace como que se tropieza con esos pedazos de diosa a los que siempre falta un brazo, una pierna o una cabeza, pero nunca el coño. El coño de las estatuas griegas es de una blancura avejentada por el carbono 14, un coño sin pelambrera y, por supuesto, impenetrable. El coño de las estatuas griegas, que mi hermano Félix acaricia con esa veneración de los sacerdotes que ofician una ceremonia sublime, no admite variantes, aunque pertenezca a diosas tan dispares como Afrodita o Démeter. El coño de las estatuas griegas es un pellizco de mármol, una superficie alabeada con una leve depresión entre los labios (en ningún caso un orificio) que mi hermano Félix masturba con su dedo índice, trazando un movimiento circular, parsimonioso, que, día tras día, va erosionando la piedra.

Mientras mi hermano Félix masturba a las estatuas de su jardín, en el Olimpo sonríen las diosas, estremecidas por un cosquilleo que el aire les transmite, risueñas por infringir el sexto mandamiento de una religión bárbara. Los vencejos, en su vuelo rasante, defecan sobre los coños de las estatuas, y la mierda, al contacto con el mármol, se convierte en miel. Eso, al menos, es lo que dice mi hermano, a quien, por cierto, hemos decidido internar en un manicomio. En su jardín abandonado permanecerán los fragmentos de estatua, camuflados entre el follaje y las cagadas de los pájaros, nostálgicos de ese sol rubio y casi dórico que luce sobre el mar Egeo.

(Coños, de Juan Manuel de Prada, Edic. Valdemar, Planeta Maldito).

 ONETTI 


Últimamente me he hecho de varias obras de Onetti: El pozo, Los adioses, Juntacadáveres, El astillero, Dejemos hablar al viento y La vida breve.

Espero disfrutar con lo no leído y gozar con el recuerdo de lo leído hace algún tiempo.

Seguro que me deleitaré al leer o releer alguna de sus obras mientras paseo por el pueblo de Santa María contemplando a personajes como Larsen, Díaz Grey o Jorge Malavia, y quizás evoque con nostalgia a otros pueblos literarios famosos: Yoknapatawpha o Macondo.

Acabo de leer El pozo, una de sus primeras novelas, que recrea la historia de un sueño. Es una novela corta, una hermosa pieza narrativa. Debo reconocer que me ha llenado.

A quien tenga dudas respecto a qué leer, le recomiendo que se acerque a Onetti. Un maestro de la novela, y que lea esta pieza corta, una muestra ejemplar de sus primeras novelas. 

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