vendredi 7 octobre 2011

+ BUSCANDO CINCO PIES AL GATO - 4

LAWRENCE DURRELL y ALEJANDRÍA

Si hay alguien que ha establecido una relación erótica con una ciudad y la ha hecho verdadera protagonista de su novela, ése ha sido Durrell. La ciudad: Alejandría. Fue fundada hace más de veinticuatro siglos por Alejandro Magno.

Escritor británico que desarrolló misiones diplomáticas en Grecia, Chipre y Egipto, es bien conocido por su obra más popular, El cuarteto de Alejandría, compuesta por cuatro novelas: Justine, Baltazhar, Mountolive y Clea. La trama se lleva a cabo en Alejandría antes y después de la II guerra mundial, con localizaciones exóticas de la ciudad y sus alrededores. Los personajes de esta tetralogía no tendrían sentido fuera de Alejandría, tierra melancólica y calurosa, ciudad de cafés y minaretes, encuentro de culturas milenarias, evocadora del centro del saber en la antigüedad.

Alejandría y Durrell. Lawrence Durrell y la ciudad de Alejandría.

‘En esencia, ¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, y entre ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria.

Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcance de la mano es desconcertante por su variedad y profusión. Es imposible confundir a Alejandría con un lugar placentero. Los amantes simbólicos del mundo helénico son sustituidos por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre sí mismo. Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía del cuerpo, pero ha ido más allá del cuerpo. Nessim dijo una vez, recuerdo ― y creo que lo había leído en alguna parte ―, que Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos en su sexo.’ (Justine).

En las páginas de Justine asistimos de forma permanente a la exaltación del amor por la ciudad, a la que dedica el escritor piropos como si de una bella mujer se tratase:

‘Notas para un paisaje … Largas modulaciones de color. Luz que se filtra a través de la esencia de los limones. Polvo amarillo suspendido en el aire fragante, y el color del pavimento caliente recién regado. Nubes livianas, al ras del suelo, que sin embargo rara vez traen lluvia. Sobre ese fondo se proyectan rojos y verdes polvorientos, malva pastel y un carmesí profundo y diluido. En verano la humedad del mar da una leve pátina al aire. Todo parece cubierto por un manto de goma.’

‘Y luego, en otoño, el aire seco y vibrante, cargado de áspera electricidad estática, que inflama el cuerpo bajo la ropa liviana. La carne despierta, siente los barrotes de su prisión.’.

Y continúa:

‘En la gran calma de esas tardes de invierno hay un reloj: el mar. Su palpitación confusa que se prolonga en la mente es la fuga sobre la cual se compone este relato. Vacías cadencias de las olas que lamen sus propias heridas, hoscas en las bocas del delta, bullentes en las playas desiertas, vacías, eternamente vacías bajo el vuelo de las gaviotas: garabatos blancos sobre el gris, masticados por las nubes. Si una vela se acerca hasta aquí, muere antes de que la tierra la cubra con su sombra. ¡Despojos barridos hasta los frontones de las islas, último vestigio carcomido por la intemperie, plantado en la vejiga azul del agua … desaparecido!’.

Las referencias a la ciudad son tan permanentes en la tetralogía ― véanse los dos pequeños párrafos de otras obras que siguen ― que no desmerecen en absoluto si leemos versos que el poeta griego Constantinos P. Cavafis, nacido en Alejandría, dedica a la ciudad y que Durrell se permite traducir y transcribir al término de su novela Justine, que figuran al final de este artículo:

‘En el momento de hundirme en el sueño, oí la voz de mi amigo que me repetía: «¿Qué es lo que le interesa saber?, ¿qué más le interesa saber?». «Tengo que saberlo todo para liberarme por fin de la ciudad», respondí en mi sueño.’ (Baltazhar).

‘… una ciudad se convierte en un mundo cuando se ama a uno de sus habitantes. Toda una nueva geografía de Alejandría había nacido a través de Clea, recreando sus antiguos significados, renovando atmósferas semiolvidadas, arrastrando el aluvión multicolor de una nueva historia, una nueva biografía. Recuerdos de viejos cafés a lo largo de la costa en los bronceados plenilunios, los toldos rayados flotando en la brisa marina de la medianoche. Cenas tardías, la luna rielando nuestras copas. A la sombra de un minarete o en alguna franja de arena a la luz trémula de una lámpara de parafina...’ (Clea).

La ciudad (Cavafis):

Te dices: Me marcharé
a otra tierra, a otro mar,
a una ciudad mucho más bella de lo que ésta
pudo ser o anhelar …
Esta ciudad donde cada paso aprieta el nudo corredizo,
un corazón en un cuerpo enterrado y polvoriento.
¿Cuánto tiempo tendré que quedarme,
confinado en estos tristes arrabales
del pensamiento más vulgar? Dondequiera
que mire
se alzan las negras ruinas de mi vida.
Cuántos años he pasado aquí
derrochando, tirando, sin beneficio alguno …
No hay tierra nueva, amigo, ni mar nuevo,
pues la ciudad te seguirá.
Por las mismas calles andarás
interminablemente,
los mismos suburbios mentales van
de la juventud a la vejez,
y en la misma casa acabarás lleno de canas...
La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
que te arranque a ti mismo. ¡Ah!
¿No comprendes
que al arruinar tu vida entera
en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte de este mundo?
Cuando de pronto a medianoche, oigas
pasar el tropel invisible, las voces cristalinas,
la música embriagadora de sus coros,
sabrás que la Fortuna te abandona,
que la esperanza
cae, que toda una vida de deseos
se deshace en humo. ¡Ah, no sufras
por algo que ya excede el desengaño!
Como un hombre desde hace tiempo preparado,
saluda con valor a Alejandría que se marcha.
Y no te engañes, no digas
que era un sueño, que tus oídos te confunden,
quedan las súplicas y las lamentaciones
para los cobardes,
deja volar las vanas esperanzas,
y como un hombre desde hace tiempo
preparado,
deliberadamente, con un orgullo
y una resignación
dignos de ti y de la ciudad
asómate a la ventana abierta
para beber, más allá del desengaño,
la última embriaguez de ese tropel divino,
y saluda, saluda a Alejandría que se marcha.

***

LOS ESCRITORES Y SUS AMORES

Escritores y escritoras que nos han deleitado con obras de ficción en las que han recreado historias de amor (León Tolstoi en Anna Karenina; Gustave Flaubert en Madame Bovary, Víctor Hugo en Nuestra Señora de París,...), vivieron amores y amoríos en sus vidas reales, en una escala que comprende la atracción sexual simplemente, el amor pasional, el incesto, el lesbianismo, el amor triangular,… Nos estamos refiriendo a pasajes reales de las vidas de figuras literarias de la talla de Víctor Hugo con Juliette Drouet; Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir; Cervantes con Ana Franca de Rojas; Henry Miller y Anaïs Nin; Blasco Ibáñez con Elena de Ortúzar; Virginia y Leonard Woolf, …

No es posible tratar aquí en profundidad estos aspectos que hemos comentado sobre los que de algunos autores podría escribirse una biografía referida al amor o al sexo en sus vidas exclusivamente. Dejemos sólo unas pinceladas de algunos casos.

VÍCTOR HUGO y JULIETTE DROUET

Víctor Hugo tuvo numerosas amantes hasta edad muy avanzada. La más conocida por su duración fue Juliette Drouet, actriz de teatro a quien conoció en la representación de Lucrecia Borgia, obra teatral en prosa de Hugo, al que consagró su vida abandonando su carrera de actriz. Ella tenía 27 años y él 31.

Ella le libró de la cárcel tras el golpe de estado de Napoleón III. Hugo escribió numerosos poemas de amor para ella. Fue un amor que se prolongó durante 50 años, hasta los últimos de la vida del escritor. Cada año escribían ambos en un cuaderno al que llamaban el libro del aniversario. Juliette siempre soportó sus excesos de fiestas y de comidas brutales. Llegaron a hacer varios viajes por el Rhin y el Canal de la Mancha, viviendo en varias islas.

Hugo se había casado antes con Adèle Foucher y su matrimonio fue feliz hasta que duró. Tras once años, la esposa, cansada de la ajetreada vida del escritor, puso fin a la relación con una infidelidad de ella con un crítico literario. En su noche de bodas con Adèle, Víctor Hugo ya estableció toda una plusmarca sexual, de la que se jactaba: hizo el amor ocho veces a la recién desposada, que al parecer quedó vacunada para siempre contra tamaña proeza.

Hay obras publicadas que recogen la correspondencia de amor entre ambos durante ese medio siglo. He aquí una pequeña muestra de fragmentos en francés de algunas cartas, que traducidos dicen:

‘Ven a buscarme esta tarde a casa de la Sra. K. Te amaré hasta entonces para armarme de paciencia ―y esta tarde ― ¡oh! ― ¡esta tarde será todo! Me daré a ti toda entera’.

‘Te espero esta tarde con mucha impaciencia. Se diría que los latidos de mi corazón quisieran acelerar las pulsaciones del reloj para que llegue más rápido’.

‘Siento profundamente que eres mi verdadera esposa; no podría vivir sin ti en esta tierra ni brillar sin ti en la eternidad’.

JEAN-PAUL SARTRE y SIMONE DE BEAUVOIR

Se conocieron en la Universidad de la Sorbona opositando a una cátedra de filosofía, en la que Sartre obtuvo el número uno y Simone el dos.

Se unieron en una relación amorosa libre, no monógama, moderna y a veces escandalosa. Desde que conoció a Simone, Sartre se convirtió en un mujeriego irredento hasta su muerte, a pesar que no era un hombre guapo; era bajo de estatura, estrábico, con un 10% de visión en el ojo, por lo que usaba gruesos anteojos, pero se identificaron como iguales intelectualmente y mantuvieron una relación que duró toda la vida. Él continuó con múltiples romances durante años. Siempre estuvo rodeado de mujeres. Su obra El existencialismo es un humanismo es la introducción más conocida a la filosofía de Sartre. Tiene escritas varias obras filosóficas, teatrales, de ensayo y biográficas. En 1964 renunció al Premio Nobel que le había sido otorgado, alegando que su aceptación implicaría perder su identidad de filósofo.

Simone era una mujer de marcada ideología y activista feminista, marcada por el existencialismo, coincidente con los postulados de Sartre. Fue una de las firmantes del famoso manifiesto en que 343 mujeres confiesan haber recurrido al aborto. Sus obras no fueron conocidas para las lectoras de América Latina hasta 1954, año en que la editorial Siglo XX de Argentina dio a conocer sus obras El segundo sexo y Los mandarines, que fueron prohibidas por la iglesia católica de España. Tiene otras muchas obras, entre ellas novelas, ensayos, memorias y teatro.

Ambos se separaron hacia el final de sus vidas como consecuencia de saberse que Arlette, una estudiante argelina a la que conoció Sartre cuando la misma tenía 18 años y que convirtió en su amante y posteriormente en su hija adoptiva, además de en su albacea, sin que Simone tuviera noticia.

Sartre falleció en 1980 de un edema pulmonar y sus últimas palabras fueron ‘Yo la quiero mucho, mi pequeño Castor’ (éste era el apodo cariñoso que Sartre daba a Simone, a la que siempre trató de usted). Simone murió en 1986. Los restos de ambos descansan en una tumba conjunta en el cementerio de Montparnasse, en París.

ANAÏS NIN y HENRY MILLER

Anaïs es especialmente conocida por sus Diarios, que abarcan cuarenta años y que empezó a escribir con doce. Era hija de una cantante danesa y un pianista español afincado en Cuba.

Con 19 años trabaja como modelo y bailarina de flamenco y se casa furtivamente con un banquero americano y marchan a París. Lee a D.H. Lawrence y en 1930 publica un ensayo sobre él. Un año después conoce a Henry Miller, quedando ambos impactados y dando comienzo a una correspondencia apasionada. Se convierten en amantes.

Anaïs se reencuentra con su padre en París y mantiene con él relaciones incestuosas. La mujer de Miller, June, antigua prostituta, la inicia en el voyeurismo y el lesbianismo. Escribe una novela, La casa del incesto. También Invierno de artificio, Delta de Venus (siendo la primera mujer en publicar relatos eróticos), En una campana de cristal y su Diario en 1966.

Al principio su relación con Miller es puramente intelectual, intercambian ideas acerca de literatura, filosofía y sicología. Su relación con Henry significa para ella un despertar sexual. June viaja a París y deslumbra a Anaïs con su exuberante belleza. Un año más tarde dan comienzo a una relación triangular. Anaïs encuentra en cada uno una atracción diferente, llegando a afirmar ‘Henry me da el mundo, June me da la locura’.

La primera edición no censurada del diario de Anaïs se llamó Henry Miller, su mujer y yo, que fue llevada al cine con el nombre de Henry y Jane, con María de Medeiros y Uma Thurman.

En 1973 Anaïs recibió el doctorado honoris causa del Philadelphia College of Art y elegida para el Instituto Nacional de las Artes y las Letras en 1974. Falleció en 1977 y sus cenizas fueron esparcidas en la Bahía de Santa Mónica.

De la obra de Henry Miller ya hemos hablado en un artículo anterior titulado LA LITERATURA Y LA LECTURA (Los libros en los libros).

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