mardi 13 novembre 2007

+ ANA KARENINA

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Séptima parte
XXXI


...
«Dios mío, ¿adónde iré?», pensó Ana.
Al final del andén se paró.
Una señora y unos niños que habían ido a recibir a un señor con lentes y que reían y hablaban con voces muy animadas, callaron al verla y, después de haber pasado ella, se volvieron para mirarla. Ana apresuró el paso y llegó hasta el límite del andén.
Se acercaba un tren de mercancías.
Las maderas del andén trepidaron bajo sus pies, se movieron, dándole la sensación de que se encontraba otra vez de viaje.
De repente, se acordó del hombre que había muerto aplastado el día de su primer encuentro con Vronsky y comprendió lo que tenía que hacer. Con paso rápido, ligero, bajó las escaleras que iban del depósito de agua a la vía y se detuvo al lado mismo del tren que pasaba.
Examinaba tranquila las partes bajas del tren: los ganchos, las cadenas, las altas ruedas de hierro fundido. Con rápida ojeada midió la distancia que separaba las ruedas delanteras de las traseras del primer vagón, calculando el momento en que pasaría frente a ella.
«Allí», se dijo, mirando la sombra del vagón y la tierra mezclada con carbón esparcido sobre las traviesas. «Allí en medio. Así le castigaré y me libraré de todos y de mí misma.» Quiso tirarse bajo el vagón, pero le fue difícil desprenderse del saquito, cuyas asas se le enredaron en la mano, impidiéndole ejecutar su idea con aquel vagón. Tuvo que esperar el siguiente. Un sentimiento parecido al que experimentaba cuando, al bañarse, iba a entrar en el agua, se apoderó de ella, y se persignó.
Aquel gesto familiar despertó en su alma una ola de recuerdos de su niñez y su juventud y, de repente, las tinieblas que cubrían su espíritu se desvanecieron y la vida se le presentó con todas las alegrías luminosas, radiantes, del pasado. Pero, no obstante, no apartaba la vista del segundo vagón, que, por momentos, se acercaba. Y en el preciso instante en que ante ella pasaban las ruedas delanteras, Ana lanzó lejos de sí su saquito de viaje y, encogiendo la cabeza entre los hombros, se tiró bajo el vagón.
Cayó de rodillas y, con un movimiento ligero, abrió los brazos, como si tratara de levantarse.
En aquel instante se horrorizó de lo que hacía. «¿Dónde estoy? ¿Qué hago? ¿Por qué?», se dijo. Quiso retroceder, apartarse, pero algo duro, férreo, inflexible, chocó contra su cabeza, y se sintió arrastrada de espaldas.
«¡Señor, perdóname!», exclamó, consciente de lo inevitable y sin fuerzas ya.
El hombrecito de sus pesadillas, diciendo en voz baja algo incomprensible, machacaba y limaba los hierros.
Y la luz de la vela con que Ana leía el libro lleno de inquietudes, engaños, penas y maldades, brilló por unos momentos más viva que nunca y alumbró todo lo que antes veía entre tinieblas. Luego brilló por un instante con un vivo chisporroteo; fue debilitándose... y se apagó para siempre.


(Ana Karenina, Leon Tolstoi, Editorial Juventud).

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Leon Tolstoi fue uno de los grandes novelistas del siglo XIX y consideraba a Ana Karenina su primera verdadera novela, escrita en pleno período de madurez literaria.
Por ser figura internacionalmente muy conocida, nos ahorramos cualquier comentario sobre sus obras restantes.
Sí nos interesa señalar que no le fue concedido el Premio Nobel de Literatura —murió en 1910 y el premio se instituyó en 1901—, fecha en la que ya tenía escrita la mayor parte de su obra. Ha sido ésta una injusticia histórica, como hay otras equiparables.

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Ana Karenina es, como se sabe, la historia de un amor adúltero, vivido en la sociedad aristocrática de la época, que es abiertamente criticada por Tolstoi. Un dato a resaltar: El tren es una constante en toda la novela.

¿Cuáles creéis que fueron las razones profundas que llevaron a Ana Karenina al suicidio? ¿Alguien podría explicarlo?

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