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Han pasado seis meses. Y ha llegado el blanco invierno, con el silencio despiadado de sus heladas sin nubes, su densa nieve crujiente, la rosada escarcha en los árboles, su cielo de pálida esmeralda, sus penachos de humo sobre las chimeneas, sus columnas de vapor saliendo de las puertas entreabiertas, los rostros de la gente mordidos por el frío y el trotar de los caballos ateridos.
El día de enero tocaba a su fin; el frío vespertino oprimía todavía con más fuerza el aire inmóvil y se extinguía el sangriento resplandor de la aurora. En las ventanas de la casa de Marino se encendieron todas las luces. Prokofich, ataviado con frac negro y guantes blancos, ponía la mesa para siete personas, con especial solemnidad. Una semana antes, en la pequeña iglesia parroquial, sin ostentación y casi sin testigos, se habían celebrado las bodas de Arkadi con Katia y Nikolai Petróvich con Fiénichka. Aquel mismo día Nikolai Petróvich daba un almuerzo de despedida en honor de su hermano, que salía para Moscú en viaje de negocios. Anna Serguiéievna partió también para Moscú inmediatamente después de la boda de su hermana, habiendo hecho espléndidos regalos a los recién casados.
A las tres en punto todos se sentaron a la mesa, incluido Mitia, que ya tenía una nodriza, con su cofia de glasé. Pável Petróvich se sentó entre Katia y Fiénichka. Los maridos se colócaron junto a sus respectivas esposas. Todos habían cambiado en el último tiempo. Diríase que parecían más agraciados y vigorosos. Sólo Pável Petróvich estaba más delgado, lo cual, no obstante, le hacía más elegante y daba un aspecto de grand seigneur a sus expresivos rasgos ... También Fiénichka había cambiado. Con su nuevo vestido de seda, una amplia toca de terciopelo y su cadenita de oro al cuello permanecía decorosamente inmóvil, con una actitud digna ante sí misma y ante todo cuanto la rodeaba y sonriendo como si quisiera decir: Perdónenme, yo no tengo la culpa. Igualmente sonreían los demás y también parecían pedir disculpas. Todos se sentían un poco cohibidos, algo tristes, aunque muy satisfechos en el fondo. Cada uno escuchaba al otro con cómica cortesía, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en representar una simple comedia. Katia miraba confiadamente a su alrededor y parecía la más serena de todos. Era evidente que Nikolai Petróvich la quería ya con delirio. Antes de terminar el almuerzo éste se levantó, alzó su copa y exclamó dirigiéndose a su hermano:
- Nos abandonas ..., nos abandonas, querido hermano, claro que por poco tiempo; pero no obstante no puedo dejar de expresarte que yo ..., que nosotros ..., cuánto yo ..., como nosotros ... ¡Lo malo es que no sabemos pronunciar un brindis! Arkadi, hazlo tú.
- No, papasha (1), yo no me he preparado.
- Pues ¿y yo? En una palabra, hermano, deja que te abrace simplemente y te desee toda clase de venturas y que vuelvas con nosotros cuanto antes.
Pável Petróvich besó a todos, sin exceptuar a Mitia; besó además la mano de Piénichka, que ésta aún no sabía ofrecer como es debido, bebió por segunda vez de su copa y exclamó suspirando profundamente: ¡Sed felices, amigos míos! Farewell! Aunque aquella coletilla en inglés pasó inadvertida, todos se sintieron emocionados.
A la memoria de Basárov, murmuró Katia al oído de su marido brindando con él. Arkadi estrechó con fuerza la mano de su esposa, en señal de respuesta, pero no se atrevió a proponer el brindis en voz alta.
Parece que es el fin. Pero tal vez alguno de nuestros lectores desee saber qué está haciendo ahora, precisamente ahora, cada uno de nuestros personajes ... Estamos dispuestos a satisfacerle.
(1) Diminutivo de papá.
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(Padres e hijos, Ivan Turgueniev, El Cobre Ediciones, Barcelona, 2003).
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Ivan Turgueniev está considerado el más europeísta de los grandes narradores rusos, estuvo comprometido éticamente y tropezó con algunos problemas en su país. Murió cerca de París.
Se anticipó en esta novela al movimiento revolucionario ruso, pero lo que realmente perdura de ella es la visión aguda con que nos narra las relaciones de padres e hijos, las audacias renovadoras de éstos y el inmovilismo y miedos de los mayores, en definitiva, la lucha generacional.
Otras novelas del maestro ruso son: Nido de nobles, En las vísperas, Tierra virgen,... Escribió también narraciones cortas y dramas.
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¿Conocéis la narrativa vigorosa de Turgueniev?
¿Cuál de los maestros rusos (Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Turgueniev,...) os gusta más?
Esperamos comentarios.
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1 commentaire:
Si no recuerdo mal es en esta novela donde aparece por primera vez el término nihilista aplicado a su protagonista Basarov. Tengo un vago recuerdo de la impresión que me dejó, muy poco sobre la historia. Mecachis, te has propuesto que me entren ganas de releer todos los libros que he ido olvidando.
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