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Aquel día y los siguientes Clelia estuvo muy triste; le llamó varias veces, pero apenas tuvo valor para decirle unas pocas palabras. La mañana del quinto día después de la primera entrevista le anunció que iría aquella noche a la capilla de mármol.
-Sólo puedo decirle unas pocas palabras -le advirtió al entrar. Temblaba de tal modo que tenía necesidad de apoyarse en su doncella. La mandó luego a la entrada de la capilla y añadió con una voz apenas inteligible-: Me va a dar su palabra de honor de obedecer a la duquesa e intentar evadirse el día que le ordene y de la manera que le indique, o mañana por la mañana me refugio en un convento, y le juro que no volveré a dirigirle la palabra en mi vida.
Fabricio permaneció mudo.
-Prométamelo -añadió Clelia con lágrimas en los ojos y como fuera de sí- o ésta es la última vez que hablamos. La vida que por usted llevo es horrenda: está aquí por mí, y cada día puede ser el último de su existencia.
Clelia estaba tan débil que tuvo que buscar apoyo en un gran sillón llevado en otro tiempo a la capilla para uso del príncipe cautivo; estaba a punto de desmayarse.
-¿Qué hay que prometer? -dijo Fabricio con aire abrumado.
-Ya lo sabe.
-Juro, pues, precipitarme a sabiendas en un horrible infortunio y condenarme a vivir lejos de lo único que amo en el mundo.
-Prometa cosas precisas.
-Juro obedecer a la duquesa y huir el día que ella quiera y como ella quiera. ¿Y qué va a ser de mí lejos de usted?
-Jure escaparse pase lo que pase.
-¿Qué? ¿Está decidida a casarse con el marqués Crescenzi cuando ya no esté yo aquí?
-¡Oh Dios mío!, ¿qué corazón me atribuye?... Pero jure o mi alma no podrá gozar de paz ni un solo instante.
-¡Pues bien!: juro evadirme de aquí el día que la duquesa Sanseverina lo disponga y pase lo que pase de aquí a entonces.
Conseguido este juramento, Clelia se sintió tan débil que se vio forzada a retirarse después de dar gracias a Fabricio.
-Ya estaba todo dispuesto para mi huida mañana por la mañana, en caso de que usted se hubiera obstinado en quedarse. Le hubiera visto ahora por última vez en mi vida: había hecho este voto a la Madona. Ahora, en cuanto pueda salir de mi cuarto, iré a examinar la terrible muralla debajo de la piedra nueva de la balaustrada.
Al día siguiente Fabricio la vio tan pálida que le produjo una gran pena. Clelia le dijo desde la ventana de la pajarera:
-No nos hagamos ilusiones, querido amigo; como nuestra amistad está manchada de pecado, estoy segura de que nos perseguirá el infortunio. Le descubrirán cuando trate de huir y se perderá para siempre, si no es algo peor. De todos modos, hay que obedecer a la prudencia humana, que nos ordena intentarlo todo. Para bajar el muro de la torre grande necesita una cuerda fuerte de más de doscientos pies de larga. Por más que hago desde que conozco los planes de la duquesa, sólo he podido conseguir unas cuerdas que no miden juntas más de cincuenta pies. Por una orden del día del gobernador, hay que quemar todas las cuerdas que se ven en la fortaleza, y todas las noches se retiran las de los pozos que, por otra parte, son tan endebles que muchas veces se rompen al levantar su ligera carga. Pero ruegue a Dios que me perdone: traiciono a mi padre y me esfuerzo, hija desnaturalizada, en darle un disgusto mortal. Ruegue a Dios por mí, y, si su vida se salva, haga voto de consagrar todos los momentos de la misma a su gloria.
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(La Cartuja de Parma, de Henri-Marie Beyle (Stendhal), Editorial Gredos, S.A.).
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Esta novela es, junto a Rojo y negro, la novela más importante de Stendhal.
Aunque esta obra está escrita en la época del Romanticismo, fue abordada por Stendhal de forma muy diferente al estilo de dicho movimiento literario.
Honorato de Balzac la consideró la novela más relevante de su época, señalando que en el libro brota lo sublime de capítulo en capítulo, llamándola El príncipe moderno, que escribiría Maquiavelo si viviera desterrado de Italia en el siglo XIX, destacando los retratos de personajes y asignándole a esta parte una extraordinaria solidez literaria, invitando a recrearse en los admirables detalles de la trama en la que el autor maneja cien personajes con una facilidad increíble, en la que no hay ni uno que no esté justificado.
André Gide —Premio Nobel de Literatura— señaló la obra como la novela francesa más grande de todos los tiempos.
Puede ser clasificada La Cartuja de Parma (1839) dentro de lo que Balzac denominó Literatura de las Ideas (rapidez, movimiento, concisión, choques, acción, drama, no discusión, alejada de las abstracciones), en contraposición a Literatura de las Imágenes (extensos espectáculos de la naturaleza, grandes imágenes, lirismo, epopeya,…, a la que podría adscribirse a Víctor Hugo).
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¿Consideráis La Cartuja de Parma una gran novela?
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