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Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.
Yo, en cierta época de mi existencia, he pasado por algunos momentos difíciles, y el recordarlos, sin duda, despertó en mí la gana de escribir. El ver mis recuerdos fijados en el papel me daba la impresión de hallarse escritos por otro, y este desdoblamiento de mi persona en narrador y lector me indujo a continuar.
No tenía la menor intención de dar mis cuartillas a la imprenta; pero cuando salió El Correo de Lúzaro todos mis amigos me instaron para que publicase mis memorias en el periódico.
Debía colaborar en la cultura de la ciudad. Yo era uno de los puntales de la civilización luzarense. Nos reímos en casa un poco de estos elogios y comencé a publicar mi diario en El Correo de Lúzaro y a pagar periódicamente las facturas de la imprenta.
Estuve ausente de Lúzaro una semana para llevar mi segundo hijo al colegio, y al volver de mi viaje me encontré con que El Correo había pasado a mejor vida, y mis memorias quedaban colgadas en lo que yo consideraba más interesante. A pesar del interés puesto por mí, nadie se ocupó de saber su continuación, lo cual sirvió para mortificar bastante mi amor propio de literato.
Ahora, mi amigo Cincunegui se ha empeñado en que publique mi diario íntegro. Lúzaro necesita un grande hombre; le es preciso tener una figura presentable ante los ojos del mundo. Desde la muerte de don Blas de Artola, el teniente de navío retirado, la plaza de hombre ilustre está vacante en nuestro pueblo.
Cincunegui excita mis sentimientos ambiciosos, quiere mi encumbramiento, mi exaltación; según él, no puedo dejar a mis paisanos en la orfandad en que se hallan; debo llegar al pináculo de la gloria.
A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda?
No, no; soy muy reumático, y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie.
¿Habrá que decir a mis lectores que no tengo pretensión literaria alguna? Ellos lo verán si hojean, aunque sea distraídamente, las páginas de mi libro. Estas cuartillas están escritas en distintas épocas de mi vida y con diferentes estados de ánimo. El sentimiento ha sido sincero; la forma seguramente, poco hábil. Mi público creo que no me reprochará mi falta de atildamiento. Más que para los jóvenes críticos del casino de Lúzaro, escribo para mis amigos del Guezurrechape de Cay luce (El mentidero del Muelle largo).
(Las inquietudes de Shanti Andía, de Pío Baroja, Coleccíón Austral, Espasa-Calpe).
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De Pío Baroja y su obra tratamos en nuestro artículo La literatura y la medicina.
Como se sabe, esta obra de Baroja es una novela del mar, trata del mar y de marinos, mundo que empezó a amar el escritor siendo niño cuando vivía en San Sebastián, desde cuya casa veía los aparejos, los barcos atracados en el muelle y pasear a las gentes que habían vivido aquella vida, y que seguiría amando ya de adulto.
Tiene otras novelas del mar, pero ¿alguna de ellas os ha gustado más que ésta que estamos comentando? ¿Os gusta Baroja? ¿Conocéis al Baroja cuentista?
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1 commentaire:
Leí hace ya más de 20 años, en unas vacaciones de Navidad, el libro en esa misma edición y ver su portada aquí me resulta muy emocionante. Cualquier contador de historias no puede por menos que acercarse a Baroja.
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