vendredi 22 juin 2007

+ LA LITERATURA Y LOS APELLIDOS

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YO TAMPOCO TENGO LA CULPA
(Recordando a Roberto Arlt)
por Antonio Senciales
(Conesey Lasegun Daconcé)


Roberto Arlt*, periodista, novelista y cuentista argentino, escribió en sus Aguafuertes porteñas un episodio titulado Yo no tengo la culpa a propósito de la rareza de su apellido y de los contratiempos que le acarreó de por vida.

Yo tampoco tengo la culpa de tener el apellido que tengo, Sr. Arlt, que nos ha deparado durante toda nuestra vida a mis familiares y a mí molestos problemas que nos han llevado a plantearnos aclaraciones lo más ingeniosas posible para que fuese pronunciado o escrito en forma correcta. Creo que para nosotros las molestias han sido mayores que las de usted, Sr. Arlt, al ser andaluces. Lo digo por aquello de las eses y las ces. Y siempre se ha terminado diciendo ¡qué apellido más raro!, igual que con Arlt.

Una respuesta común en nuestra familia ha sido decir: mire, la primera con ese, la segunda con ce y terminado en ese. ¿Qué molesto, verdad? Tanto nos ha dado que pensar nuestro apellido que un pariente cercano, aficionado a escribir, ha adoptado esta respuesta como pseudónimo literario: Conesey Lasegun Daconcé (con ese y / la segun / da con ‘ce’) —que a mí me suena a camerunés— y otros lo harán, con lo cual corremos el riesgo de imitar —cuestión que no me gusta nada— a las sagas americanas: Ford I, II, III…, Rockefeller I, II, III…, Conesey Lasegun Daconcé I, II, III, etc.

Después de muchos años de no tener la ventaja de llamarte Pérez, Sánchez o García, el ingenio te llevó a buscar ayuda en otra palabra del diccionario de la RAE y apoyarnos en ella y así encontramos algún alivio en la sencilla palabra ‘esenciales’. Decíamos entonces y decimos aún a nuestros interlocutores, mire, lo mismo que ‘esenciales’, pero sin la ‘e’ inicial. Algunos escriben directamente nuestro apellido como ‘Esenciales’.

Un problema añadido que no tenían nuestros antepasados, ni usted, Sr. Arlt: cuando escribes en un editor de textos en cualquier ordenador que disponga de corrector ortográfico, el apellido sale señalado como sospechoso, como si estuviésemos marcados como sujetos peligrosos para la sociedad o fuéramos miembros oscuros de alguna secta dudosa, con lo cual hasta los programas inteligentes se confunden con nuestro apellido.

Al igual que el Sr. Arlt, teníamos y seguimos teniendo dudas sobre el origen de nuestro patronímico y esto ha despertado la inquietud o curiosidad de algún miembro de la familia y le ha movido a investigar algo sobre la cuestión.

Hemos querido encontrar sus antecedentes en Zenzano o Cenzano, aldea abandonada de La Rioja, España, porque remontándonos documentalmente siglos atrás hemos establecido un árbol genealógico y hemos comprobado que ya en el siglo XVI existían antepasados que lucían tan cabal apellido registrado como Zençianes/Zençiales.

¿Siendo andaluces no podemos venir de más cerca? —pensó otro interesado socio del club. En los dos últimos siglos el apellido se asienta en Cuevas de San Marcos (Málaga, España). Hemos hecho nuestras cábalas. Y continuamos…

Como verá, Sr. Arlt, nuestro nombre de familia nos ha tenido también bastante ocupados.

Sr. Arlt, usted nos abandonó hace ya más de medio siglo, pero me dirijo a sus descendientes: ¡quien no se consuela es porque no quiere!

Comprobarán que he escrito Arlt correctamente.

Y todo, claro, porque ni vosotros ni nosotros nos llamamos Pérez.

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* Falleció a los 42 años de edad y su obra ganó post mortem un merecido reconocimiento. Dejó escritas las novelas Los siete locos, Los lanzallamas, Aguafuertes porteñas —que se convirtieron con el tiempo en un clásico de la literatura argentina—, Aguafuertes españolas, etc. Para mi gusto fue un excelente cuentista, en la línea tradicional de la cuentística argentina. Se pueden destacar sus cuentos El jorobadito, El criador de gorilas, etc. Me gustaron cuando los leí Rahutia, la bailarina; Ven, mi ama Zobeida quiere hablarte, etc., relatos que escribió para periódicos españoles viajando por Marruecos. Sus manuscritos y textos originales fueron donados por una hija suya a la Biblioteca de Berlín.

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